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Braganza selló su amor prohibido. Ante el obispo de Guarda, en la iglesia de Sao Vicente y en completo secreto. Sin testigos. Era el año 1354. Una de las historias de amor más apasionantes y trágicas de la historia vivía su momento álgido. Él, el infante Pedro, hijo del rey de Portugal Alfonso IV. Ella, Inés de Castro, una doncella gallega de buena familia. Ambos cometieron el error de enamorarse. Error porque en aquel momento en la realeza los matrimonios no entendían de sentimientos. Se decidían en palacio en función de otros intereses. Pero Pedro e Inés pasaban de conveniencias. Lo suyo era amor del bueno. Ese que dejaron crecer furtivamente en la Quinta das Lágrimas de Coimbra.
Pero lágrimas fueron las que rodaron por la mejilla de Pedro cuando su padre acabó con este idilio de la manera más cruel. Alfonso IV veía a Inés como una amenaza para el reino de Portugal y ordenó que la degollaran. Además de lágrimas, Pedro derrochó ira y comenzó a batallar contra su padre, que murió poco después. Tras alcanzar el trono de Portugal, su primera decisión fue ordenar la muerte de los que acabaron con la vida de Inés. Además confesó su boda en Braganza, por lo que la doncella gallega se convertía en monarca póstuma del reino luso. Como tal, su cuerpo fue trasladado al monasterio de Alcobaça para que reposara allí con todos los honores. En enero de 1367 Pedro murió y fue enterrado en este bello monasterio Patrimonio de la Humanidad frente a Inés, no a su lado. ¿La razón? Si algún día resucitaran se verían cara a cara y así caería el uno en los brazos del otro.
Qué ver en Braganza en un día y dejarse sorprender
La iglesia de Sao Vicente es uno de los imprescindibles que ver en Braganza. Cuando llegamos a ella fue inevitable recordar esta historia de amor que marcó el sino de Portugal. Nos trasladamos por un momento a ellos bellos y frondosos jardines de la Quinta das Lágrimas que conocimos durante nuestro viaje a Coimbra. Los mismos que fueron testigos del amor furtivo entre Pedro e Inés. Y también a las imponentes tumbas de la pareja que presiden el monasterio de Alcobaça, que visitamos junto a los de Batalha y Tomar en una ruta por esta interesante zona del país.
Braganza fue nuestra puerta hacia el Portugal más desconocido, pero no por ello el menos bello. Fue dentro de una ruta por el norte de Portugal de tres días que nos llevó también a Amarante, Guimaraes y Braga.
Iglesia de Sao Vicente
Sao Vicente se levantó en el siglo XII y no queda claro si su origen fue románico o gótico. Lo que es seguro es que nos quedamos extasiados ante su portada manierista. Es lo más destacado de una pequeña plaza donde un monolito recuerda a los muertos en África y Francia. Una especie de cruz de los caídos, pero sin cruz.
Castillo de Braganza
La visita a todo lo que ver en Braganza la podemos dividir en dos partes. Por un lado, está la Cidadela, su recinto fortificado presidido por el castillo. Hasta allí podemos llegar en coche y aparcar cómodamente dentro de la muralla. Es un viaje en el tiempo. Hasta los pequeños bares que hay en esta zona conservan un indudable aroma medieval. El castillo de Braganza es uno de los que más nos ha impresionado de Portugal. Y eso que hemos visto unos cuantos. Su torre del homenaje domina poderosa en un excelente estado de conservación. Queda patente que el recinto fue restaurando en 1930. Actualmente alberga un Museo Militar (3€ la entrada). En él podemos ver toda clase de materiales bélicos pertenecientes a todos los periodos históricos de Portugal. Incluso también es posible contemplar máscaras, esculturas en madera y otros objetos que los colonos lusos trajeron de Angola. No pudimos subir hasta lo alto de la torre por el mal estado de la escalera. Una pena no disfrutar de las vistas desde esta atalaya que dominaron romanos, visigodos, musulmanes y cristianos. Todo un bastión en la región de Trás-os-Montes. Esa que permaneció olvidada durante décadas y que por fin se pudo reencontrar con el resto de Portugal después de la construcción del túnel de Vila Real, el más grande de la península ibérica con 5,7 kilómetros.
Iglesia de Santa María
La Cidadela tiene otras dos visitas obligadas. Una, la iglesia de Santa María. Pasa desapercibida por fuera, pero encandila por dentro. Al igual que la de San Vicente, su origen fue románico, pero fue modificada posteriormente para convertirse en el templo barroco que hoy podemos visitar. Hablamos de su interior porque hay tres elementos que saltan a la vista de forma inmediata. Primero sus columnas mudéjares, que contrastan de manera singular. Las pinturas del techo. Frescos en toda regla que representan la asunción de la Virgen. Y por último, la mirada picarona del visitante se va al altar donde aparece la imagen de una mujer de largas melenas, brazos al aire, pequeño escote y calavera a sus pies. Es María Magdalena. Una imagen llena de expresividad y que impacta. Lo hace por su atrevida representación tratándose de una iglesia, pero también por la fuerza de su mirada y su rostro. Todos estos elementos hacen que sea en nuestra opinión uno de los templos más bellos de Portugal.
Domus Municipalis
La terna de visitas en el interior de la Cidadela la completa su construcción más singular y enigmática. No solo de Braganza, sino de toda la península ibérica. Hablamos del Domus Municipalis, un edificio del siglo XII de planta pentagonal irregular. Llama la atención su excelente estado de conservación. Parece que se levanto antes de ayer. También sorprende su diseño, ya que no existe prácticamente nada igual sobre la faz de la tierra. Y la pregunta que nos hacemos entonces es qué narices era. Pues ahí está el enigma. Su uso no está claro. Leerán por algún sitio que es el ayuntamiento más antiguo de Portugal, pero eso no quiere decir que las personas que lo diseñarán lo hicieran para ese fin. Cierto es que en algún momento de su historia acogió la Cámara Municipal (consistorio), pero al contener una cisterna que recogía agua de lluvia puede que fuera esa su primera función. Aunque uno duda que se pusiera tanto esmero en levantar un edificio tan sumamente cuidado y singular simplemente para recoger agua.
Palacios Sá Vargas y Calaínhos
Abandonamos la Cidadela y decimos adiós al Medievo y hola a esa Portugal que mezcla signos de decadencia con la elegancia inamovible de tiempos pasados. Así es el centro de Braganza. Una sucesión de callejuelas empedradas que nos regalan bellos palacios del siglo XVII y XVIII como los de Sá Vargas y Calaínhos. Este último se levanta junto a la antigua catedral de la ciudad.
Catedral de Braganza
Lo que fue en su día un convento de los Jesuitas, se transformó en la sede diocesana de Braganza y Miranda do Douro. Dejó de gozar de este honor cuando se construyó la nueva catedra, la de Nuestra Señora de la Reina. Una obra del siglo XXI que no incluimos en nuestro itinerario de las cosas que ver en Braganza. De la antigua catedral destaca su coqueto claustro y un gran reloj expuesto a su entrada. El que en su día marcó las horas en el exterior de un templo que se asoma a Braganza discreto y sin una gran torre que vigile la ciudad.
Hay más templos en Braganza, como la iglesia de la Misericordia, que alberga uno de los retablos manieristas más espectaculares de toda Portugal, la de Santa Clara y la de San Benito. Pero decidimos apurar nuestros minutos de una forma más relajada y placida.
Paseo junto al río Fervença
Nos gustan las ciudades que saben integrar los ríos en su geografía urbana. Pasear junto a ellos es sinónimo de descanso, de relajación. Y en Braganza no perdimos la oportunidad de pasear junto al río Fervença, ese que nace en la Serra da Nogueira y vierte sus aguas en el río Sabor. En su ribera podemos contemplar la Braganza más rural. Porque después de haber visitado su lado medieval y posteriormente el más urbanita, nos tocó el turno de descubrir otra cara bien distinta. La de casas de uno y dos pisos con pequeños huertos, portones de madera y ventanas desfiguradas. Como contraste, junto a ellas se levanta un edificio moderno llamado Centro Ciencia Viva de Braganza, un espacio para descubrir la riqueza ambiental de la zona y en el que se programan exposiciones y actividades didácticas.
Paseamos con calma escuchando el fluir el agua por las rocas graníticas. Junto al río, huertos de lo más variopintos, incluso uno donde en lugar de calabazas, tomates y pimientos había réplicas de la Torre Eiffel, la de Pisa y hasta el faro de la playa de Barra en Aveiro. Todo un artista. Ascendimos de nuevo hasta la Braganza más urbana para pasar de nuevo por delante de la iglesia de Sao Vicente. La que derrochó amor y sueños en la Portugal del siglo XIV. La que vio nacer el romance secreto más famoso del país. Como secreta sigue siendo Braganza para muchos, aunque con muchas ganas de mostrarse y lucirse.