Dice la historia que en 1664 los portugueses lograron en Castelo Rodrigo una de sus victorias más sorprendentes frente al ejército español. Al mando del duque de Osuna, los españoles sitiaron esta estratégica localidad fronteriza convencidos de su victoria. Los lusos, en minoría, temían una derrota segura. De repente, una mujer comenzó a recorrer impertérrita el recinto amurallado de Castelo Rodrigo recogiendo los proyectiles que lanzaban los españoles para entregárselos a los portugueses. Los soldados atacantes, furiosos por la situación, intentaron deshacerse de la dama, pero las balas seguían cayendo a sus pies como si tal cosa. Esa ayuda divina otorgó fuerzas renovadas a los lusos, que acabaron ganando la batalla y provocando que el duque de Osuna tuviera que huir de la contienda vestido de fraile. Los portugueses adjudicaron el milagro a la Virgen de Aguiar, que da nombre al monasterio que se levanta a los pies de Castelo Rodrigo.
Lo que queda de los 13 torreones —por entonces no existía la superstición— que jalonaron la muralla “abulense” de Castelo Rodrigo nos miran fijamente mientras ascendemos por la carretera que une esta aldea con la ciudad que le da abrigo y tutela, Figueira de Castelo Rodrigo. Esa subida hasta la cima de la colina nos ayuda a entender la importancia estratégica de una de las joyas más codiciadas de la frontera hispano-lusa. No es para menos. Este lugar, dominado por el silencio y el sosiego y que actualmente no está de paso para viajar a ninguna parte, fue testigo de algunos pasajes fundamentales de la historia de la península ibérica. Hoy, su inclusión en el catálogo de Aldeas Históricas de Portugal, nos permite disfrutarlo casi inmaculado. Conservando su esencia medieval y de fortín casi inexpugnable.
Qué ver en Castelo Rodrigo
Castelo Rodrigo se encuentra a unos 160 kilómetros de Salamanca y a casi 70 de la ciudad portuguesa de Guarda. Puede formar parte de un interesante itinerario que incluya la ciudad fortificada de Almeida, comer en Figueira de Castelo Rodrigo su típica y exquisita cataplana y la subida al privilegiado y espectacular mirador de Marofa, del que más adelante hablaremos.
Castelo Rodrigo parece una aldea de juguete. Diminuta, pero inmensamente bella. Nada más cruzar su puerta del Sol, emprendemos un viaje hacia otro tiempo. Las dos ocasiones que hemos recorrido esta localidad el silencio ha sido el protagonista. Solamente el impacto de los zapatos en el empedrado de sus calles rompe su férreo mutismo. Como ocurre en Sortelha, el visitante no tiene que seguir un itinerario fijo. Solo debe introducirse en sus callejuelas y resquicios y disfrutar de un escenario con casas que parecen puzles donde las piedras se han colocado una a una con absoluta maestría.
Una torre nos llama la atención. Uno de los pocos puntos discordantes de Castelo Rodrigo. Un pequeño campanario con un reloj relativamente moderno se ha incrustado en uno de los torreones de la muralla. Una aberración urbanística de la época que hoy hasta resulta interesante.
Visita a otras Aldeas Históricas de Portugal
Dentro de la red Aldeas Históricas de Portugal podemos visitar, además de Castelo Branco, otras bellas localidades fronterizas como Belmonte, conocida por su comunidad judía; Castelo Mendo y su aroma medieval, y Sortelha, una villa de cuento brillantemente recuperada.
Mientras subimos y bajamos de esta montaña rusa medieval donde incluso resulta difícil creer que habitan 517 personas, nos topamos con la antigua sinagoga que se convirtió en cisterna medieval o, lo que es lo mismo, el depósito de agua del pueblo. También con su pequeña iglesia, en perfecto estado. Tan diminuta que prácticamente podemos alargar nuestros brazos para tañer sus campanas y romper la paz del paisaje sonoro. Está dedicada a nuestra señora de Rocamador, la Virgen negra que tanta devoción despierta en los peregrinos del Camino de Santiago.
Y en este peregrinar por las calles de Castelo Rodrigo llegamos a la fortificación que le da nombre. Situada, como no podía ser de de otra manera, en la cúspide de la colina. Una atalaya desde la que se controla el horizonte y más allá. No se nos ocurre mejor lugar para edificar un castillo. De él se conserva su elegante puerta monumental del palacio, una de las entradas al castillo o, mejor dicho, al palacio en el que se convirtió la fortificación en el siglo XVI.
Del castillo apenas quedan unas ruinas que fueron testigo de los diferentes dueños que tuvo una aldea que pasó de manos españolas a portuguesas y que los lusos tuvieron que defender con uñas y dientes en más de una ocasión. Aunque data del siglo IX, pobladores más antiguos también se dieron cuenta de la excelente localización de esta colina para habitarla y ver llegar al enemigo. Por este motivo es probable que, antes de castillo, fuera un castro neolítico. Caminar por su interior es hacerlo por la huella de la historia, no cabe la menor duda.
Desde lo alto de lo más alto contemplamos el horizonte. Y vemos a nuestros pies Figueira de Castelo Rodrigo, pero también la sierra de Marofa con su mirador, inconfundible por la fea presencia de unas inmensas antenas de telefonía. Y nos imaginamos a los españoles acercarse envalentonados a las murallas de Castelo Rodrigo en aquel 1664 donde los lusos obraron el milagro. Precisamente un pequeño monumento recuerda ese cerco y posterior batalla y también la restauración de 1640. Pasajes de una historia de la que los habitantes de la aldea se muestran orgullosos. Un monumento enclavado junto a la minúscula puerta del largo de San Joao, una abertura en la muralla que en su día estuvo tapiada y que se abrió al paso posteriormente.
Apenas una hora es suficiente para escudriñar Castelo Rodrigo antes de tomarse un delicioso café en el minúsculo, como no podía ser de otra forma, Cantinho Café. Un local casi de juguete, para una aldea codiciada, posteriormente olvidada y recuperada para deleite del visitante.
El mirador de Marofa y la historia de amor que le da nombre
Enamorado por la sierra que rodea Castelo Rodrigo, Zacuto, un rico judío, decidió comprar su cima más elevada. El hombre viajaba con su bella hija Ofa, que no pasó desapercibida para Luis, hijo de un hidalgo de la zona. El amor nació, pero el hecho de profesar diferentes religiones fue un obstáculo casi insalvable. Y decimos casi porque, con la expulsión de los judíos de Portugal, Zacuto y Ofa se convirtieron al cristianismo y el amor prohibido se convirtió en autorizado. Por eso Luis, cuando se dirigía a la colina a ver su amada le decía a su madre: “Voy a amar a Ofa”. Y desde entonces esa sierra lleva el nombre de Marofa.
Leyenda o no, lo cierto es que la sierra de Marofa es un bello enclave que cuenta con un privilegiado mirador situado a casi 1.000 metros de altitud. A él se puede acceder cómodamente en vehículo y lo reconoceremos por la presencia de una gran escultura de Cristo Rey. Una réplica de seis metros del Cristo Redentor de Río de Janeiro colocada allí en 1956 y obra del escultor Joaquim Barreiro. Desde allí divisamos Figueira de Castelo Rodrigo, intuimos las Arribes del Duero y nuestra vista alcanza incluso la provincia de Salamanca. Un lugar para deleitarse con un paisaje repleto de colores y sensaciones, el mismo que contemplaban Luis y Ofa mientras se amaban.
Hola Chicos! Me ha encantado este lugar!
Creo que sumaré a mi viaje este Castillo, Belmonte (como me has recomendado), Guarda y Sortelha. Lo que no sé, es donde podría quedarme a dormir en los alrededores. Gracias!
Hola Sol, en la zona hay varios alojamientos. En Belmonte tienes más y sobre todo en Guarda, donde hay varios hoteles. No hay problema en ese sentido. Un saludo.