La mar, fuente de vida, pero también de muerte. Cuántos cuerpos se ha tragado llevando la desolación a pueblos enteros. España y Portugal saben perfectamente de lo que hablo. Sus kilómetros de costa son sinónimo de miles de marineros y pescadores echándose a la mar. En la playa de Matosinhos vieron en 1947 cómo 152 de sus vecinos fueron engullidos por el virulento Atlántico. Otros lo pudieron contar, pero pasaron momentos angustiosos en los que se encomendaron al cielo para seguir con esperanzas. Se dice que la historia de uno de esos marineros que vio la muerte de cerca es el origen de la Capela do Senhor da Pedra, una pequeña ermita repleta de misterio y leyendas.
Un templo levantado en unas rocas en el Atlántico
Cuando hablamos de un templo elevado en una formación rocosa sacudido por las olas del mar, pensamos inmediatamente en San Juan de Gaztelugatxe, en Bermeo (Vizcaya). Es uno de los iconos de la costa vasca y ese lugar que todo el mundo quiere inmortalizar para presumir de una foto de postal. Salvando las distancias y sin ánimo de comparar, la costa portuguesa posee otro templo suspendido en el agua marina con una historia cuanto menos curiosa. Se trata de la Capela do Senhor da Pedra (Capilla del Señor de la Piedra), ubicada en la playa de Miramar, en la freguesia de Gulpilhares, a medio camino entre las ciudades de Espinho y Vila Nova de Gaia.
Descubrimos esta pequeña ermita de planta hexagonal por casualidad. Los viajeros saben que ésta es una de las grandes satisfacciones que nos ofrece este lugar llamado mundo. Sin haberlo planificado y por coincidencias del destino, aparece ante nuestros ojos una pequeña maravilla. Con la Capela do Senhor da Pedra ocurrió algo parecido. Como íbamos a pasar un fin de semana de febrero en Espinho, habíamos visualizado a través de Google Maps una pasarela que unía esta ciudad con Vila Nova de Gaia en paralelo a la costa. Investigando descubrimos algunos track de Wikiloc de personas que habían hecho este trayecto de casi 20 kilómetros. Como somos andarines, no dudamos en asumir el reto. La sorpresa fue saber que, a mitad de camino, el Atlántico nos iba a deparar una de las muchas alegrías que tuvimos ese día. ¡Una capilla elevada en una roca dentro del Atlántico! Y nosotros sin conocerla.
Hay que reconocer que no se trata de un templo especialmente bello. Su encanto reside en su peculiar ubicación y en la historia que tiene detrás. Se accede caminando por la fina arena que distingue a las playas lusas. La capilla se recorre rápidamente. Cuenta con tras altares de estilo rococó: el central con un Cristo crucificado, otro con la Virgen de Fátima y el tercero con la imagen de Santa Catalina de Alejandría. Merece la pena rodearla en su exterior para sentir la brisa marina y relajarse en un lugar que aporta bastante paz y tranquilidad puesto que no es frecuentado por el turismo.
Antes de marcharnos para continuar nuestro camino a Vila Nova de Gaia algo detuvo nuestro paso. Justo al lado de la puerta de la capilla dos grandes azulejos habían pasado desapercibidos para nosotros cuando entramos. En uno de ellos se puede leer la siguiente inscripción: “O local onde se levanta esta Capela do Senhor da Pedra e certamente o mais antigo lugar de culto de freguesia antes de nele se celebrar a Cristo seria altar pagao”. Un altar pagano convertido en capilla católica. Como lo oyen. El afloramiento granítico en el que se levanta el templo pudo ser escenario de todo tipo de ritos e incluso actos de brujería, aunque no existe una constancia clara de ello más allá de la inscripción en el mencionado azulejo. Quizás esa ausencia de documentación ha hecho que la Capela do Senhor da Pedra esté envuelta en un halo de misterio fascinante.
Lo más llamativo es que, a pesar de que el catolicismo dejó su huella a lo grande, el movimiento neopagano sigue teniendo a las rocas donde se asienta la capilla como un referente. Se comenta que en las noches de luna llena, el afloramiento granítico de 280 millones de años en el que se construyó el templo es escenario de algunos extraños ritos. Existen pruebas de que ceremonias así suceden en el lugar, ya que han aparecido restos de velas en los alrededores de la capilla. Cuanto menos curioso.
Leyendas en torno al origen de la Capela do Senhor da Pedra
La Capela do Senhor da Pedra está rodeada de leyendas de lo más variopinto. Aunque se apunta que fue construida en 1686 —algunas voces retrasan esa fecha hasta 1754—, no existe una constancia clara de este hecho. Fuera en el año que fuera, la creencia popular asegura que los habitantes de la freguesia de Gulpilhares tenían planeado construir una capilla en un terreno próximo a la playa. En esos días de preparativos, comenzó a aparecer el reflejo de una luz en las rocas de la playa próxima. Todas las noches se repetía el fenómeno, y los lugareños pensaron que era una señal del cielo. Por este motivo cambiaron de planes y decidieron ubicar la capilla en las rocas donde aparecía esa luz.
Otra leyenda apunta a que la Capela do Senhor da Pedra fue levantada en agradecimiento a Dios por parte de un marinero que salvó su vida de forma milagrosa. En esos momentos en los que la muerte le acechaba en la mar, prometió que, si salía airoso del trago, levantaría una capilla en honor a Cristo donde pisara tierra firme. Esta teoría no es para nada descabellada, puesto que en todo el mundo existen santuarios, capillas y ermitas en la costa que se construyeron por las promesas realizadas por hombres del mar que vieron de cerca la muerte mientras navegaban.
Por último, una razón que también se podría ajustar a la realidad es que el párroco de la freguesia de Gulpilhares quisiera acabar con los ritos paganos en las rocas y qué mejor manera de hacerlo que edificando una ermita.
Y no podemos obviar las leyendas que giran en torno a las pisadas de animales que se hallan en las rocas de la parte posterior de la Capela do Senhor da Pedra. La tradición dice que una de las marcas fue dejada por un buey y otra, por el caballo del rey portugués Sebastián I.
Historias, creencias y leyendas que marcan la personalidad de una capilla repleta de misterio y enigmas. Un lugar de poder que se eleva siete metros por encima del poderoso Atlántico para servir como freno divino a las embestidas de las olas.