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Es una de las capitales mundiales del amor. Por algo Verona acogió a la pareja de enamorados más famosa de la historia. Romeo y Julieta no necesitan presentación y, aunque suene atrevido, podemos prescindir de ellos en este post de qué ver en Verona en un día a corazón abierto. Darles literalmente calabazas. Porque la única incursión que hicimos en la tragedia de Shakespeare fue entrar en la supuesta casa de la capuleta. Una coqueta vivienda de tres plantas cuyo acceso ya nos da señales de que estamos ante lo que los modernos llaman ‘turistada’. Mensajes y más mensajes de amor se acumulan en una cochambrosa pared en la que, ni se sabe cómo, han enganchado algunos de los manidos y malditos candados sensibleros.
De romántico y bucólico nada. Más bien sucio, porque esos papeles están adosados a la cal con chicles, lo que conforma una amalgama de pegotes de lo más zafio. Pero a la gente le gusta, porque vimos a cientos de personas cumplir con la tradición. Fue el lugar de toda Verona donde más gente encontramos un caluroso 16 de agosto. Tiene tela. Tras ese pasadizo de los horrores se accede al patio de Julieta. Allí está su escultura, a la que según la tradición hay que tocarle uno de sus pechos. Sólo hay que verlo, está más desgastado que el mármol de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Le han sacado brillo y todo. Por supuesto, cola para la fotito con la escultura. Pero aún hay más. Por un módico precio de 6 euros se puede acceder a la ficticia casa (obviamente allí no vivió Julieta ni probablemente nadie similar a ella) donde la joya de la corona es un balcón labrado en piedra desde donde supuestamente Romeo rondaba a su amada. Otra ‘turistada’. Posar en el balcón dicen que es una de las cosas obligadas que hay que hacer en Verona. Nosotros no la hicimos y a mucha honra. Incluso asistimos a una petición de mano en el balcón con aplauso del respetable incluido. Lo que faltaba. Salimos huyendo. Somos románticos, pero no tontos.
No cabe duda de que este ‘show’ ficticio es uno de los principales reclamos de esta ciudad italiana ubicada en la región de Véneto y a sólo una hora de Venecia. Aparece en las muchas listas de cosas que ver en Verona en un día y la verdad es que tiene mérito. Es imposible resistirse a la tentación de que una de las obras cumbre de la literatura universal tenga como escenario tu ciudad. Da igual que para ello haya que montar un escenario de «cartón piedra». Es un filón para Verona y para Italia. Un caramelo demasiado dulce que no se puede rechazar.
Recorrido exprés por todo lo que ver en Verona en un día
Llegamos a Verona dentro de un intenso viaje que en verano de 2018 nos llevó a Italia, Eslovenia y Croacia. Aterrizamos en el aeropuerto de Bérgamo, donde alquilamos un coche con destino a Eslovenia. Como parada intermedia elegimos Verona (a poco más de una hora de Bérgamo por la autovía A4). Llegamos poco antes de comer y permanecimos hasta el atardecer. Tiempo suficiente para hacer un recorrido exprés por todo lo que ver en Verona. Hicimos noche en la cercana localidad de San Bonifacio y partimos rumbo a la ciudad eslovena de Piran al día siguiente. A la vuelta nos dimos otro pequeño ‘chute’ de Italia cumpliendo el sueño de recorrer Milán aunque fuera también en un día.
La piazza delle Erbe, el auténtico corazón de Verona
No pasa nada por dejarse caer por la casa de Julieta, ya que está a pocos metros de la piazza delle Erbe, o lo que es lo mismo, de las Hierbas. Por allí fluye la vida de la ciudad. Terrazas, paseantes, bicicletas, algún coche. Si quedaba alguna duda, en esta ágora sientes que estás en Italia. Lo primero que nos llamó la atención fue un vetusto edificio en forma de ‘Tetris’ con una fachada en tonos ocres, grises y mostaza con enrejados balcones de los que colgaba un muestrario de verdes plantas. Es la belleza de lo decadente. Algo parecido a lo que ocurre en Alfama lisboeta.
Nos gustó la composición fotográfica con la Tribuna que hay en la plaza. El lugar donde leían las leyes y decretos en el siglo XVI y que hoy sirve para hacer un alto en el camino sentados en sus escalones. Lo que en su día fue el foro de la Verona romana, rebosa vitalidad, colorido y majestuosidad. El palacio de la Razón con su escalera y la torre de los Lamberti que se eleva poderosa. El Domus Mercatorum; el barroco y recargado pero armónico palacio Maffei que preside con autoridad la plaza. Las casas Mazzanti, otro ejemplo de decadencia aún más vistosa gracias a los frescos de sus hadas. Uno de los símbolos de Verona y también una de las razones de que se la conozca como la “ciudad pintada. La torre del Gardello y la fuente de la Madonna Verona dan contenido a una plaza llena de vida. De la que disfrutan por igual tanto veroneses como turistas.
¿Dónde aparcar en Verona? Un parking junto a la joya romana de la ciudad
Pero nuestro recorrido por Verona empezó por otra plaza. Dejamos el coche en el aparcamiento Sabba Arena. Aparca en la ciudad italiana es caro, tremendamente caro. Lo es dejando el coche en zona azul con el agravante de tener que renovar el tique cada cierto tiempo, pero también lo es en los aparcamientos públicos. 17 euros por las seis horas que pasamos en la ciudad. Al menos está protegido y seguro teniendo en cuenta que llevábamos el equipaje dentro. Pero creemos que en ninguna ciudad del mundo hemos pagado tanto por un aparcamiento.
Lo bueno del Sabba Arena es que está a cinco minutos de nuestra primera parada en la ciudad. El anfiteatro romano. La Arena de Verona. Nos recibió con una amalgama de cuadrigas, lanzas, uniformes de centurión. Todo, eso sí, de cartón piedra. El decorado de una de las óperas que durante el verano se representan en tan privilegiado escenario. Al día siguiente de nuestra visita se ponía en escena “El Barbero de Sevilla”. Su exterior nos recuerda al Coliseo salvando las distancias. Tiene una impresionante acústica y capacidad para 30.000 espectadores. Atrae más por fuera que por dentro. La entrada son 10 euros y permite adentrarse entre el graderío, gran parte del cual cuenta con butacas modernas. También es posible bajar al escenario.
La animada piazza Bra, un lugar perfecto para comer en Verona
La piazza Bra es un tanto peculiar. No tiene una forma definida. Está abrigada por jardines y presidida por el palacio Barbieri, la sede del Ayuntamiento, y el de la Gran Guardia. Destaca su capitel junto a otro símbolo que nos dice que estamos en una de las ciudades del amor: un corazón metálico que también concentra las miradas y fotografías de los enamorados. Sus soportales acumulan una gran cantidad de bares y restaurantes con sus correspondientes terrazas. Nosotros optamos por Brek, una franquicia autoservicio en el que te hacen la pasta y la pizza al momento. Muy bien de precio tratándose de un epicentro turístico. Degustamos unos rabioli con berenjena y salsa de tomate y un risotto realmente bueno.
Giuseppe Mazzini, la calle de las compras
La animada calle Giuseppe Mazzini nos conduce a la piazza delle Erbe y a la casa de Julieta. Es Verona pero podía ser otro lugar del mundo. Allí se concentran las marcas que todos conocemos y las franquicias que estamos artos de ver en cualquier lugar. Cuando llueva, su desgastado y transitado enlosado se puede convertir en una pista de patinaje. Encontramos una fuente con tres chorros en la misma calle. Ideal para rellenar la cantimplora (sin plástico mejor) y aplacar el calor. Sorprendentemente el agua sale realmente fresca. Todo un bálsamo.
Saludo a Dante en la piazza dei Signori
Insistimos en nuestras calabazas a Julieta y Romeo (este último también tiene su propia casa ficticia) y de la piazza delle Erbe nos vamos a su plaza vecina: dei Signori. Y lo hicimos tras cruzar por un arco presidido por un hueso de ballena que dicen que es una costilla del demonio. Realmente fue como cruzar al cielo. El número de turistas baja sensiblemente y la paz que se respira en esa plaza invita a pasar un rato en ella. Vemos otra perspectiva de la torre de los Lamberti. Lo podemos hacer desde el patio del palacio de la Razón, conocido como del Mercado Viejo, donde ascender por la escalera de la Razón de mármol rojo.
Si volvemos a la piazza dei Signori saludamos a Dante. El autor de la “Divina Comedia” se dejó caer por Verona tras ser desterrado de Florencia. Tan insigne vecino merecía un homenaje en forma de escultura. Nos mira pensativo, con la mano apoyada en el mentón y la otra sujetando la túnica. Mirada ruda y penetrante. El palacio del Consejo y los del Capitán, el Cansignorio y el Cangrande complentan la arquitectura de una plaza que nos cautivó.
Unos metros más adelante la vista se va a unas construcciones recargadas que no adivinamos a saber qué son. Son los sepulcros de los Scaligeri de la iglesia de santa María Antica. Un euro la entrada. Un templario nos recibe a la entrada con un cesto lleno de chales para que las mujeres se cubran los hombros. Estamos en un cementerio en mitad de la ciudad. Aunque más que un camposanto es un museo. Hecho a la medida de la familia más pudiente y poderosa que tuvo la ciudad, los Scaligeri. En estas impresionantes tumbas góticas que dejan con la boca abierta reposan sus restos. Sin duda uno de los lugares más sorprendentes que ver en Verona en un día.
La Catedral y el rincón más especial de Verona
Caminamos hasta la Catedral, el Duomo. Está dedicado a Santa María Matricolare y la entrada es libre. Cautivan sus frescos, el órgano y algunas de las capillas. Pero lo mejor lo encontramos en un pequeño pasadizo que parte a la izquierda de la fachada principal. Nos lleva hasta el único lugar de Verona en el que estuvimos totalmente solos y en paz. Es el claustro de los Canónigos. Una concatenación de arcos con un verde jardín y un pozo en medio donde la belleza se agranda gracias al añorado silencio. Uno de esos rincones escondidos que tienen todas las ciudades, que permanecen ajenos al turismo y que guardan un encanto singular. Todo un descubrimiento.
Rumbo a las mejores vistas de Verona
Nos vamos al ponte di Pietra. Una joya del siglo I a.C. que fue seriamente dañada durante la Segunda Guerra Mundial. Allí vemos por primera vez el río Adigio avanzando con gran caudal y mucha fuerza. Ancho y de un color grisáceo. Lo cruzamos, y tomamos el funicular hacia el castillo de San Pietro. Lo que nos espera arriba no es esta fortaleza reconstruida en numerosas ocasiones y con un escaso atractivo, sino las mejores panorámicas de la ciudad. Algo así como la plaza de Miguel Ángel de Florencia, pero en Verona. El funicular cuesta 2 euros ida y vuelta. Se echa de menos algo más clásico ya que es totalmente moderno. Eso sí, sin aire acondicionado y con un olor a humanidad considerable.
Da lo mismo. Disfrutamos de unas vistas sensacionales de Verona. Otro lugar para detener el tiempo y disfrutar del colorido de una ciudad presidido por sus dos grandes torres, la de los Lamberti y el campanile de la iglesia de Santa Anastasia. Esta última no pudimos visitarla, pero es la más grande de Verona y, si hay tiempo, bien merece una parada.
Atardecer en el puente de Castelvecchio
Bajamos y pasamos por delante del Teatro Romano, también museo arqueológico. Bordeamos el río por el agradable paseo Giacomo Matteotti provisto de zonas verdes y carril bici y en el que asistimos al comienzo del atardecer hasta llegar al puente de Scaligeri o Caltelvecchio y al palacio del mismo nombre. Volvemos a nombrar por tanto a la familia más poderosa de Verona. Era la forma que tenían de salir de su fortaleza y cruzar el río. Fantástica la luz que nos dejó la puesta de sol en los ladrillos rojos de esta construcción sobria, pero bella.
La basílica de San Zenón, el secreto de Romeo y Julieta
Y acabamos haciendo un guiño a Romeo y Julieta. Después de darle calabazas durante nuestro recorrido por Verona en un día, había que tener un detalle con ellos. Y no podía ser en otro lugar que en la basílica donde sellaron su amor en secreto provocando un auténtico terremoto. Eso dice el relato de Shakespeare, aunque por encima de todo merece la pena contemplar la que para muchos es una de las iglesias románicas más bellas de toda Italia. Se erigió sobre la tumba de San Zenón, obispo de Verona, y llegamos tarde para poder acceder a su interior. También destaca su campanario de 72 metros, separado del templo. En esta iglesia inspiró Tomás Rodríguez para construir en Béjar la iglesia del Pilar del Monte Mario. No podía faltar este vínculo con nuestra tierra salmantina para concluir la visita a Verona. Hay muchos más templos y rincones que ofrece la ciudad. Pero para un día no está nada mal. Volveremos, no sabemos si para seguir dando calabazas a la pareja más famosa de la historia o para darle una pequeña oportunidad. El tiempo dirá.