Índice de contenidos
Los humanos tenemos la facilidad de sentirnos atraídos por lo que nos provoca miedo, incertidumbre, respeto. Somos curiosos por naturaleza. No lo podemos evitar. Nos tiramos a la piscina y luego lamentamos que el agua esté demasiado caliente, demasiado fría o que ni tan siquiera haya ni una gota. Por eso en Évora hay un lugar que provoca fascinación. Porque muestra, sin tapujos ni maquillajes, algo tan temido como la muerte. Porque la representación de ese momento no es ni un señor con capa y guadaña, ni la lápida de un cementerio. La muerte son nuestros huesos desprovistos de cualquier pedazo de carne. Limpios. Desnudos. Y esos restos óseos son los que conforman uno de los lugares más atrayentes, pero al mismo tiempo más inquietantes que hay en todo el mundo. Hablamos de la capilla de los Huesos. Y es sin duda uno de los lugares imprescindibles que ver en Évora. Lo mejor es que no es el único ni tan siquiera el más atractivo. Pero señores y señoras, el morbo es lo que tiene.
¿Dónde dormir en Évora?
Para nuestro fin de semana en Évora decidimos utilizar uno de los portales de escapadas que más nos gustan. Wekendesk. En él puedes localizar ofertas muy interesantes, paquetes románticos, experiencias y fines de semana con muchos alicientes. De esta manera recalamos en el Vitoria Stone Hotel. Tiene cuatro estrellas y unas habitaciones modernas y muy cómodas. El desayuno es uno de sus puntos fuertes y posee un restaurante donde los fines de semana hay música en vivo. Aunque se encuentra fuera de la muralla de Évora, hay que caminar diez minutos para ponerse en el centro. Es una opción muy recomendable para descubrir todo lo que hay que ver en Évora.
Qué ver en Évora en un fin de semana
Évora es una ciudad con una personalidad muy marcada. Significó nuestra primera incursión en la única región portuguesa que nos quedaba pendiente, el Alentejo. Tierra de vinos, alcornoques, bifanas, gente abierta y mucha historia. Y decimos que tiene una personalidad marcada porque Évora no se parece en casi nada a otras grandes ciudades portuguesas. Difiere mucho de la imagen que tenemos de Lisboa, Oporto y Coimbra, por ejemplo. Ciudades que miran fijamente a un río y con un estilo arquitectónico uniforme. En Évora tan pronto te topas con una catedral medieval, como con una universidad con clases decoradas con azulejos, un templo romano, una muralla casi infranqueable y un laberinto de calles empedradas. Precisamente en esto último es en lo que Évora se parece y mucho a la Portugal que más nos gusta. La de la ropa tendida. La de la juventud de lo viejo. Por eso hay que conocer Évora. Apenas dista de Badajoz poco más de una hora y además puede ser el epicentro de un intenso fin de semana en el que hacer parada en Elvas y en otras localidades con encanto como Estremoz y Vila Viçosa.
Plaza de Giraldo, el corazón de Évora
La vida de Évora tiene una cita constante y perenne en su plaza de Giraldo. El homenaje de la ciudad al Geraldo Geraldes, el hombre que se la arrebató a los musulmanes, es un hervidero. Un espacio abierto donde se escucha el sonido de su fuente coronada de mármol que configura una postal muy codiciada junto a la fachada de la iglesia de Santo Antao. En esta plaza se encuentra la oficina de turismo y un buen número de terrazas para disfrutar de una Sagres o una Super Bock bien fresquita. Nos encantan las plazas que son punto de encuentro. Que laten por los cuatro costados y que acogen todo tipo actividades. Que, en definitiva, son plazas vivas. En nuestros diferentes pasos por ella a lo largo del día vimos desde parejas bailando merengue alrededor de la fuente, hasta un concierto de bandas sonoras cinematográficas en el escenario que había instalado durante la Semana Santa.
La iglesia de San Francisco y la capilla más terrorífica
Al sur de la plaza de Giraldo tenemos, sin salir de la muralla, el lugar con el que comenzábamos este post. Ese donde el morbo está garantizado. La capilla donde algunos sentirán escalofríos y otros una insaciable curiosidad. En la imponente iglesia de San Francisco se localiza este cementerio de muertos sin lápidas y sin tierra cuya entrada tiene un precio de 5 euros. Antes de acceder a la capilla, una inscripción nos avisa: “Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”. Que esperen, que seguro que no tienen ninguna prisa. Cráneos, fémures, tibias, húmeros y radios se solapan formando un entramado óseo que hechiza y aterroriza al mismo tiempo.
Aunque hay diferentes motivos sobre la razón que llevó a acumular tanta cantidad de huesos, todo parece deberse a la sobreexplotación de los cementerios de Évora a principios del siglo XVI. Lo que está claro es que el lugar invita a la reflexión, siempre que no seas muy aprensivo y salgas corriendo. Porque, nos cueste más o menos aceptarlo, todos acabaremos así. Nuestra vida es corta. Somos efímeros en este mundo. Por eso vamos a seguir disfrutando y vivamos el momento. Y si es viajando, mejor que mejor.
La iglesia de San Francisco también cuenta con museo que reúne obras del antiguo convento de los franciscanos de Évora y de otros de la zona ya desaparecidos. También se puedo visitar una curiosa muestra de belenes de todo el mundo donados por la familia Canha da Silva.
La imponente Iglesia de Graça
Junto a la de San Francisco obligado a hacer parada en la iglesia de Graça. Tiene la portada más imponente de todos los templos de Évora a excepción de la catedral. Entre sus muros y las grandes esculturas de gigantes de granito que la engrandecen, la hierba crece y la imagen de abandono le da un halo más interesante. Este templo de estilo renacentista italiano se encontraba cerrada a cal canto.
El legado romano en forma de templo
En Évora hay que subir cuestas. Y además hacerlo por un empedrado que pasa por todas las variantes entre el listo y el completamente irregular. Ante este desafío: calzado cómodo y pilas recargadas. En esa construcción a varias alturas se asemeja bastante a otras ciudades lusas. En su punto más elevado están, como no podía ser de otra forma, sus monumentos emblema. Esos que, junto al resto del casco histórico, hicieron a Évora en 1986 del título de ciudad Patrimonio de la Humanidad.
Una de esas joyas históricas es su templo romano. 14 columnas sobre el podio que resisten al paso del tiempo. Que demuestran la fortaleza de la ciudad en tiempos del Imperio Romano. Recuerda al dedicado a Diana en Mérida. De hecho se pensó que este también estaba atribuido a esta deidad, pero es una teoría que se ha desechado. Data del siglo I a.C. y las mejores vistas se obtienen desde el cuidado jardín cercano que curiosamente lleva en nombre de Diana. Junto al templo se encuentra el palacio Cadaval y la iglesia de San Juan Evangelista (4 euros sólo la iglesia y 8 euros, con el palacio).
La catedral más grande de Portugal
En las instantáneas del templo romano se cuela irremediablemente la catedral o Sé de Évora. Una joya medieval que presume de ser la más grande de toda Portugal. Una entrada combinada de 4,50 euros permite visitar su museo de arte sacro, el imponente claustro, el interior de la catedral y ascender hasta su terraza. Fotografiarse junto al cimborrio es una experiencia única, como también observar unas panorámicas formidables donde el blanco inmaculado de las casas y sus tejados bermellones de Évora contrastan con un entorno verde dominado por los alcornoques y los olivos.
El paseo “aéreo” por las cubiertas de sus tres naves nos recordó al que realizamos en la Sé de Guarda. En ambos casos hablamos de catedrales que más bien podrían ser castillos que templos. Tienen una arquitectura más defensiva que religiosa, pero eso también las convierte en lugares con un atractivo muy singular.
La muralla y sus callejuelas con encanto
Al igual que ocurre en Elvas, en Évora es aconsejable perderse. Nuestros límites los marcan las murallas y sus bien definidas puertas. Es como un juego. Sin olvidar en ningún momento esos lugares obligados que ver en Évora, podemos sentirnos como en un laberinto. Acudir a la llamada de callejuelas donde la distancia entre piedra y piedra en el suelo es lo suficiente ancha para que quepa un tacón de aguja. Donde una vara de madera con una muesca en su extremo sirve para montar una cuerda en la que secar la ropa con el aire alentejano. Donde en los buzones asoma la correspondencia sin recoger. Donde una azulejo de la Virgen de Fátima decora el dintel de la puerta. Calles en las que un limonero puede aparecer de la nada con sus enormes y apetitosos frutos amarillos. Donde un desconchón se perdona. Casas que parecen una mezcla entre Andalucía y Portugal. Donde una bolsa de basura en la puerta no molesta y la sonrisa de una anciana asomada a la ventana te alegra la mañana. Calles para no mirar el reloj y caminar a con absoluta pausa.
Un acueducto que se encastra en las viviendas de Évora
Si hablamos de callejuelas especiales hay que hacerlo de las que cobijan al acueducto de Évora. Recibe el nombre de Água de Prata. Ladrillo y yeso con un diseño tosco, pero práctico, para llevar agua a la ciudad en el siglo XVI. Llegaba hasta la mismísima plaza de Giraldo, pero hoy su final se encuentra más al norte. Debajo de sus arcos se aprovecha el espacio con casas de dos plantas amoldadas perfectamente a sus formas. Como curiosidad cabe destacar que el arquitecto que lo diseñó fue Francisco de Arruda, el mismo que “parió” uno de los símbolos de Portugal, la Torre de Belem de Lisboa.
Un toque dulce entre el Ayuntamiento y los restos de sus termas
Évora te pide callejear continuamente. Por esas callejuelas en las que los coches tienen que hacer malabares para no acabar con un regalito en forma de rayón. Los que vivimos en ciudades con centros históricos vedados al tráfico rodado nos cuesta acostumbrarnos a que en otros lugares los vehículos se metan ‘hasta la cocina’. Una pena porque le resta belleza, pero al mismo tiempo es un síntoma de que son centros vivos. Nada de cartón piedra.
En medio de ese laberíntico entramado de callejuelas aparecen espacios abiertos, como la plaza de Sertório presidida por el Ayuntamiento (Cámara Municipal) y ubicada junto a la iglesia del Salvador. Una plaza tranquila, quizás por la ausencia de terrazas, donde tomar aire y quizás hacerse una foto con esos carteles que tanto gusta poner en las ciudades con el nombre de la misma. En los bajos del Ayuntamiento se encuentran los restos de las termas romanas que tuvo Évora en la época del Imperio. El problema es que los fines de semana cierran al público, lo que complica y mucho su visita.
Nada más abandonar la plaza, un olor nos cautiva. Como ratas hipnotizadas por la música del flautista de Hamelin acudimos a su llamada. Proviene de un callejón presidido por un arco. Más estrecho aún. ¿Entrarán los coches por él? Imposible. Es la Fábrica dos Pasteis de Nata. Si Lisboa tiene su casa dos Pasteis de Belem, Évora tiene otra ‘catedral’ de este dulce tan típico. Ese hojaldre crujiente con la crema que desborda y empalaga de forma celestial. Es una pequeña cafetería donde llevarse estas delicias o degustarlas in situ. Y no sólo pasteis de nata, también queijadas, pasteles de coco… Ya bien sea para desayunar con un café galao (en vaso grande) o para merendar con un chocolate, el callejón es punto de visitar obligada.
La Universidad de los azulejos evocadores
Salimos de las murallas, esas que se construyeron entre los siglos XVI y XVII para aumentar el perímetro de la anterior cerca romana y visigoda. Su estado de conservación es envidiable y una de las señas de identidad de la ciudad. Como también lo es su Universidad, otro de los imprescindibles que ver en Évora. Fue fundada por los Jesuitas en el siglo XVI y, tras dos siglos de esplendor, fue cerrada por el Marqués de Pombal coincidiendo con la expulsión de esta orden de Portugal.
Se reabrió en 1973 como universidad pública y su edificio más simbólico es el Colegio del Espíritu Santo (3 euros). Recorrimos sus estancias vacías un sábado, pero que el resto de la semana se llenan de jóvenes estudiantes. Es un edificio vivo donde sus aulas aguardan una de las mayores sorpresas de esta Universidad. Cada una de ellas está decorada con azulejos alusivos a las materias que allí se impartían: desde los dioses griegos, pasando por escenas de caza y pesca, los géneros literarios, las sagradas escrituras, los signos del zodiaco, los meses del año… Como si fuéramos estudiantes curiosos abrimos una a una las puertas de las clases, donde los proyectores, las pizarras y las mesas y sillas desgastadas eran la muestra evidente de que la Universidad de Évora, con sus 36 licenciaturas, 76 másteres y 31 doctorados, sigue muy viva.
Atardecer en alto de Sao Bento
Después de una larga jornada disfrutando de todo lo que hay que ver en Évora, lo normal es tirarse en la cama del hotel y descansar como Dios manda. Pero el sol comenzaba a desaparecer y se nos ocurrió buscar un lugar en el que disfrutar de un atardecer alentejano. En la llana dehesa que rodea Évora localizamos el alto de Sao Bento, una colina granítica con vistas a la ciudad que nos brindó una puesta de sol a cámara lenta.
Se encuentra a algo menos de cuatro kilómetros del centro de Évora y se puede llegar cómodamente en coche. El alto de Sao Bento también es un lugar con mucha historia. Los granitos que forman la colina son los restos de una cadena montañosa formada hace 350 millones de años.
Otro templo para comer en Évora
Para comer en Évora elegimos un auténtico templo gastronómico de los que nos enamoran en Portugal. Esas pequeñas tascas cuidadas con ambiente añejo, pero limpias y con un dueño que se desvive dentro y fuera de la cocina. Esa definición la cumple de la a la z O Templo, en la rua do Escrivão da Câmara. Un delicioso plato de codornices y otro de carrilleras (bochechas en portugués) con una entrada en forma de sopa de conejo, nos sirvieron para reponer fuerzas. Y todo ello con el trato cariñoso y cercano de Vasco, su propietario. Cocina tradicional de muchos quilates que hace de Évora un destino muy interesante también desde el punto de vista gastronómico.
Qué ver en los alrededores de Évora
Évora es una ciudad ideal para escaparse un fin de semana o un puente de tres días. Aunque una jornada es suficiente para recorrerla, el resto del tiempo se puede dedicar a visitar otros lugares muy interesantes que hay en su entorno. Uno de los imprescindibles es Elvas. Es la ciudad “hermana” de Badajoz, ya que aparece al otro lado de la frontera cuando entramos a Portugal por la A-5. Por este motivo resulta tan fácil hacer una parada aunque sea de unas pocas horas. Es un gusto perderse por sus callejuelas empedradas con casas encaladas y bajos pintados de color albero. Su fortificación en forma de estrella es la marca de la casa y en su interior es aconsejable perderse sin rumbo, pero también hacer paradas en lugares como la Iglesia Orden Tercera de San Francisco con su magnífico retablo barroco. Fuera de su recinto amurallado destacan las dos fortalezas que advertían de la llegada del enemigo a la ciudad. Destaca especialmente la de Graça, también en forma de estrella y una auténtica maravilla de la ingeniería militar de la época.
De regreso a España tras nuestro paso por Évora hicimos tres altos en el camino en el Alentejo. El primero de ellos, en el crómlech de Los Almendros. Está a 17 kilómetros de Évora y los últimos cuatro hay que realizarlos por una pista en buen estado. Se trata de uno de los mayores complejos megalíticos conservados en toda Europa. Su entrada es libre y el simple hecho de saber que estas grandes piedras graníticas clavadas en el suelo de forma vertical llevan ahí desde el sexto milenio antes de Cristo, ya es un motivo para acercarse hasta ellas.
Ya en la ruta hacia España, rendimos pleitesía a santa Isabel de Portugal en su localidad natal, Estremoz. Destaca su recinto amurallado, donde visitar su castillo, hoy convertido en posada de lujo. De forma gratuita es posible subir hasta la torre del homenaje y contemplar el bello paisaje alentejano. Junto a la fortaleza destaca la iglesia de Santa María. La gran cantera de mármol que hay en las afueras de Estremoz explican que este material este omnipresente en su arquitectura urbana. Como también lo está en la cercana localidad de Vila Viçosa.
Conocida por su elegante Palacio Ducal de la Casa de Braganza, es una cuidada villa que huele al azahar de sus naranjos. Ese agradable aroma nos acompaña en el paseo que nos lleva desde el palacio a su castillo, donde en su entorno las casas rebosan colorido gracias a las flores que anuncian la primavera en sus ventanas y balcones. En el recinto amurallado del castillo se encuentra el santuario de Nuestra Señora de la Concepción, que tiene una gran cantidad de devotos en esta zona del Alentejo.
Nosotros estuvimos en Ęvora hace poco y fuimos a ver la capilla de los huesos con los niños. No fue una buena idea 😬, se quedaron un poco impresionados y la verdad es que no es para menos, pensamos que no imponía tanto ☺️. Lo pasaron mejor en la catedral subiendo a las torres.
Es cierto, para ir con niños quizás pueda resultar demasiado impactante. A nosotros personalmente no nos generó ningún sentimiento negativo. Al final es tan real como la vida misma, pero no deja de ser la representación más clara y cruda de la muerte y eso no siempre es bien recibido. De todas formas, como bien decís, merece mucho más la visita a la Catedral, por ejemplo.