Día 1. Llegada al aeropuerto de Palermo. Viaje a Cefalú. Qué ver en Cefalú (Corso Ruggiero, Duomo, La Rocca, puerto viejo, Lavatorio).
Tras aterrizar en el aeropuerto de Palermo y tomar el coche de alquiler Cefalú, primer destino de nuestro viaje. Cien kilómetros en los que se tarda poco más de una hora —con un peaje de 0,90 céntimos que tienes que pagar en todas las autovías—, pero que son suficientes para comprobar la auténtica locura que es conducir por Sicilia. Especialmente a la hora de pasar por Palermo, es mejor armarse de paciencia, ponerse en plan “pasota” y acostumbrarse a que las carreteras de la isla italiana son una auténtica selva. Convierten tres carriles en cinco, adelantan por línea continua, hablan por el móvil mientras conducen, en los atascos avanzan por el arcén, sacan pañuelos blancos simulando una emergencia para adelantar más y así un largo etcétera de imprudencias. Y eso es en las carreteras y autovías, porque en las ciudades todo se multiplica: coches aparcados en cualquier sitio, calles de un sentido que convierten en dos, peatones cruzando con toda la pachorra del mundo por donde las da la gana, rotondas donde tiene preferencia el que más jeta tenga etc. Mientras, no ves a ningún agente de la autoridad vigilando ni mucho menos poniendo multas. El día que se pongan serios con la sanciones se forran si antes la mafia no los liquida.
Después de la primera toma de contacto con las carreteras sicilianas llegamos a la bella ciudad de Cefalú. Habíamos reservado para una noche el Bed & Breakfast (B&B) Ma&Mi (55 euros la noche con desayuno). Tengo que decir que en las tres ciudades en las que hicimos noche (Cefalú, Agrigento y Taormina) nos decantamos por este tipo de establecimientos (muy populares en Sicilia) y la experiencia ha sido extraordinaria. Al igual que el resto de B&B que reservamos, el Ma&Mi se encontraba un poco escondido, pero se podía ir sin problemas caminando al centro de Cefalú, teniendo en cuenta que en esta ciudad está restringido el tráfico en parte de su centro histórico. La habitación estaba muy bien decorada con muebles y complementos de Ikea, limpia y espaciosa. La única pega: el baño, aunque privado, estaba fuera de la habitación. Como sólo estuvimos una noche no nos molestó tanto, pero es un poco coña tener que salir de la habitación y caminar por el pasillo para ir al baño. El dueño del B&B nos facilitó un plano de Cefalú, nos recomendó unos restaurantes y nos dijo que su hijo servía el desayuno a las 8:30 horas en la planta superior al día siguiente.
Entre unas cosas y otras eran casi las 16:00 horas. Decidimos bajar al centro para comer algo rápido y pasear su casco histórico con el plano y la guía de El País Aguilar en ristre, prestada por mi compañero Carlos Rincón, que nos fue utilísima durante todo el viaje y con la que supimos qué ver en Cefalú. Es una ciudad coqueta y que se ve en poco más que una tarde, por lo que acertamos de lleno en pasar una noche allí. En cuanto nos adentramos en el Corso Ruggiero, vía principal del casco histórico, el cansancio del viaje desapareció. Se trata de una calle estrecha, llena de vida, con infinidad de tiendas y con el genuino aroma italiano. Te recibe la Iglesia de María Santísima de la Catena y poco más adelante te topas con una hermosa plaza repleta de terrazas que está dominada por la Catedral de Cefalú, uno de los monumentos normandos más importantes de Sicilia.
Volvimos sobre nuestros pasos para subir a La Rocca, el símbolo de la ciudad. No es más que una montaña de 278 metros repleta de leyendas y en la que, entre otras cosas, se rodó parte de “Cinema paradiso”. En ella se pueden ver los restos del Templo de Diana.
Teníamos ganas de sentir de cerca el mar Tirreno y para ello caminamos hasta el puerto viejo donde obtuvimos las mejores vistas de la ciudad, ya que además coincidió con el atardecer. Tras un breve paseo por la playa (el agua estaba un poco sucia) nos acercamos al Lavatorio, un genuino rincón encajonado y con un microclima bastante fresco donde las mujeres lavaban la ropa y que ahora es un lugar lleno de paz y de sosiego. Merece la pena pasar unos minutos en él. Tras la cena dimos por concluido nuestra breve pero productiva visita a la conocida como “La perla del Tirreno”.