Día 2. Subida a la Torre de los Clérigos. Cruzar el puente Luis I a Vila Nova de Gaia. Vistas desde el Jardín do Morro. Visita a la bodega Sandeman. Vuelta a Oporto y subida al barrio de Batalha en funicular. Paseo en tranvía. Recorrido por la comercial rua Santa Catarina.
En nuestra segunda jornada en Oporto, una densa niebla cubría el cielo de la ciudad, pero eso no nos impidió acudir a otro de los puntos obligados en este viaje, la Torre de los Clérigos (rua Senhor Filipe de Nery). Tiene 75 metros de altura y 240 peldaños que merece la pena subir. Es sin duda uno de los símbolos de Oporto. Para acceder sólo hay que abonar 2 euros y desde su último piso podemos contemplar las mejores vistas de la ciudad.
Después de este “paseo” por las alturas, en la Torre de los Clérigos, volvimos a cruzar el puente Luis I como habíamos hecho el día anterior para ir a Vila Nova de Gaia, famosa por acoger las bodegas donde madura el vino de Oporto. En primer lugar dimos un garbeo por el jardín Do Morro, que se encuentra nada más atravesar el puente. Una zona verde muy cuidada desde la que se obtienen buenas panorámicas de Oporto.
Tras reponer fuerzas en uno de los restaurantes que hay junto a las bodegas (correcto sin más), visitamos una de ellas, Sandeman. Es una de las más representativas por su símbolo, un hombre ataviado con la capa negra de Oporto y el sombrero de ala ancha español. La visita cuesta 4,5 euros y con ella puedes hacer una cata de dos vinos. Se nota que son expertos en esto de abrir sus bodegas al público porque cuidan hasta el más mínimo detalle. Las visitas guiadas son en varios idiomas, por supuesto en español, comienzan cada quince minutos y la persona encargada de realizarlas va ataviada con la mencionada capa y el sombrero.
Obligado después de visitar una bodega es hacerse unas fotos con los ravelos, los barcos tradicionales de Oporto que se encargaban de llevar las barricas de vino desde los viñedos hasta Vila Nova de Gaia. La imagen de un ravelo con el puente Luis I de fondo y los edificios de Oporto, es una de las más recurrentes en cualquier guía de la ciudad lusa.
Regresamos a Oporto por el puente Luis I y en esta ocasión, para subir a la parte alta de la ciudad, tomamos el funicular Dos Guindais, que comunica la orilla del río con el barrio de Batalha. Cuesta sólo 2 euros y así te ahorras el superar andando un desnivel bastante pronunciado. Puestos a disfrutar del transporte más tradicional de Oporto, no nos quisimos quedar sin montar en tranvía. Desde la aparición del Metro se ha convertido en un atractivo turístico más de la ciudad y una forma de recorrer sus calles retrotrayéndonos en el tiempo.
La vuelta al hotel la hicimos por la calle más comercial de la ciudad del Duero, la rua de Santa Catarina. En ella se mezclan las franquicias más importantes, con comercios tradicionales que guardan las esencias más características de Oporto. Obligada la entrada en el Café Majestic, un local señorial con una fachada imponente y un interior con una decoración cuidada que nos traslada al siglo XIX. Las mesas están muy juntas y siempre está lleno, pero merece la pena tomarse un café y un bollo y sentirse importante en un ambiente único.