Subir a Diamond Hill y no terminar como un globo aerostático

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El miedo en compañía se hace más llevadero. Puede ser aquello de que mal de muchos… Pero al menos ayuda a no bloquearse. Porque cuando el miedo paraliza nuestro sistema, el fin está cerca. Aquel lluvioso día de octubre de 2016 en tierras irlandesas éramos seis los miedosos. Improvisados sordomudos donde las miradas se convirtieron en el único lenguaje. Tres parejas de osados, un tanto irresponsables, que el destino nos había citado en lo alto de una montaña, Diamond Hill. Puntuales a la convocatoria nos encontramos como por arte de magia acurrucados entre las rocas. Buscábamos abrigo y protección. Ponerse de pie era sinónimo de salir despedidos como esos globos que se escapan de las manos de un niño. Cuando comenzamos a subir a Diamond Hill por el serpenteante camino que lleva a esa montaña de solo 480 metros de altitud en el parque nacional de Connemara, en el oeste de Irlanda, no nos podíamos imaginar lo que nos esperaría arriba. Era un día lluvioso y ventoso que había dado un respiro. El suficiente como para animarnos a comenzar la ruta. Pero en el último tramo todo cambió. Unas rachas de viento que jamás habíamos sentido en nuestra vida encendieron las alarmas. No había vuelta atrás. Era más corto y seguro subir hasta la cima y bajar por la cara opuesta (como marcaba el itinerario) que darse la vuelta. Y allí, en lo más alto de Diamond Hill, experimentamos lo que es el miedo. Miedo a salir volando como un globo aerostático. Miedo a permanecer allí durante horas a la espera de un equipo de rescate. Miedo a que a uno de los dos nos ocurriera algo y vivirlo con la impotencia de no poder hacer absolutamente nada. Miedo al ser conscientes de que nunca habíamos vivido una situación tan tensa. Y miedo también por nuestros cuatro compañeros de esta particular quedada.

Vista de Diamond Hill al comienzo de la ruta
Vista de Diamond Hill al comienzo de la ruta
Pablo, antes de subir a Diamond Hill
Pablo, antes de subir a Diamond Hill
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Permanecimos al menos diez minutos en la cima, mirándonos, sintiendo cómo el viento se colaba en los oídos como si un ventilador gigante estuviera instalado en el tímpano. Un viento que convertía a las gotas de lluvia en alfileres punzantes que se clavaban en el rostro. De nada nos sirvió el chubasquero. Calados hasta las huesos. En esos interminables diez minutos mantuvimos la calma. Otra cosa hubiera sido el mayor error del mundo. Mientras, la mirada de una de las parejas nos transmitía serenidad. Sonrisas que podían desprender un «está todo controlado» o un «me río por no llorar». Nada que ver con el rostro angustioso y desencajado de la otra pareja. Nosotros, entre Pinto y Valdemoro. Gesto neutro. No podíamos sacar el móvil, ni la cámara. Haberlo hecho hubiera sido sinónimo de quedarse sin ellos. La ilusión de inmortalizar unas vistas cautivadoras del parque nacional de Connemara era una quimera. Inocentes de nosotros, llegamos a pensar que podía ser un pequeño temporal y que, como dicen en mi pueblo, escamparía, Nada de eso, las rachas cada vez eran más fuertes. De pronto, la pareja angustiada decide tirar la ruleta. Prácticamente gateando por la rocosa y escarpada cumbre de Diamond Hill, comenzaron a avanzar rumbo al camino de bajada. Casi sin poder escucharnos decidimos hacer lo mismo. No había otra escapatoria y ese era el momento idóneo. Mejor cuatro que dos. Su ayuda o la nuestra podía ser vital. La pareja risueña decidió quedarse. No sabemos cuándo decidieron bajar.

Estefanía refugiándose del viento antes de comenzar el sendero rojo para subir a Diamond Hill
Estefanía refugiándose del viento antes de comenzar el sendero rojo para subir a Diamond Hill
Comienzo del sendero rojo para subir a Diamond Hill
Comienzo del sendero rojo para subir a Diamond Hill
Un momento de la subida a Diamond Hill
Un momento de la subida a Diamond Hill

Una circunstancia jugó a nuestro favor. El viento nos empujaba hacia la montaña y no lejos de ella.  Una posible caída al menos no significaba precipitarse al vacío. Prácticamente a gatas, agarrándonos en cada roca, enlazando nuestras manos para hacer más fuerza y soportando el vendaval, no solo de viento, sino de agua, fuimos avanzando por el estrecho sendero de bajada. Una calzada donde las piedras eran auténticas pistas de patinaje por el agua caída. Como monigotes de papel a merced del viento fuimos sacando fuerzas de flaqueza. Alcanzamos a la pareja de mirada angustiosa en el momento más angustioso. El hombre perdió el control  de su cuerpo y salió literalmente volando del sendero. Afortunadamente lo hizo en una zona donde habíamos dejado atrás el precipicio. Jamás se me olvidará la desesperación de su mujer. Acudí a su lado, ayudamos a su marido a volver al sendero y les dije que fuéramos los cuatro juntos para ayudarnos. Las primeras palabras de toda la jornada. Así fue durante el trayecto más complicado hasta que respiramos aliviados cuando nos encontramos al fin seguros.

Panorámicas cerca de la cumbre de Diamond Hill
Panorámicas cerca de la cumbre de Diamond Hill
Estefanía, tras superar los momentos angustiosos, bajando Diamond Hill
Estefanía, tras superar los momentos angustiosos, bajando Diamond Hill

Ese relato no es exagerado ni sensacionalista. Tampoco es un intento de ahuyentar a todos los que quieran subir a Diamond Hill. Simplemente es un ejemplo de que en la montaña la responsabilidad es la primera de las normas. Cometimos un error imperdonable. Comenzar la subida sin comunicarlo en la casa del parque. Allí probablemente nos hubieran quitado la idea de la cabeza o recomendado hacer algún sendero alternativo. Y en el caso de permitirnos subir, al menos sabrían que estábamos arriba, ya que de esta manera lo desconocían.

Casa del parque nacional de Connemara
Casa del parque nacional de Connemara
Visita de la colina perfecta de Diamond Hill
Visita de la colina perfecta de Diamond Hill

Con estos consejos muy presentes y con una climatología favorable, todo aquel que acuda al parque nacional de Connemara puede disfrutar con la subida a Diamond Hill de una experiencia apasionante.

Cómo subir a Diamond Hill

Diamond Hill (Parque nacional de Connemara. Irlanda). Dificultad: Moderada. Distancia: 6,3 kilómetros (itinerario más corto, en ruta semicircular señalizada). Duración: 2 horas

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El parque nacional de Connemara es uno de los espacios más singulares de Irlanda. Tiene la ventaja de no gozar de la popularidad de otros lugares como los acantilados de Moher, la Calzada del Gigante o el Anillo de Kerry. Pero esto no quiere decir que posea menos encanto y espectacularidad. Visitamos Connemara dentro de nuestro viaje de una semana en Irlanda, concretamente en el trayecto entre Sligo y Galway. Le dedicamos apenas unas horas, el tiempo que nos llevó subir a Diamond Hill, pero posee más rutas de senderismo y lugares con encanto para permanecer más tiempo si se cuenta con él.

La Abadía de Kylemore, el capricho de dos enamorados

Mucho más popular que subir a Diamond Hill, y a solo cinco kilómetros de la entrada al parque nacional de Connemara, se encuentra la Abadía de Kylemore, una visita imprescindible en la zona. Se trata de un convento de monjas benedictinas a orillas del lago Pollacapall (cuidado con el nombrecito) cuyo origen nada tuvo que ver con la religión. Una pareja de enamorados de Manchester, Margaret y Mitchell, viajaron a las inquietantes tierras de Connemara se encapricharon de la zona.

Pablo ante la abadía de Kylemore
Pablo ante la abadía de Kylemore

Con la herencia que recibió el marido, adquirieron unos terrenos y construyeron un castillo. Convirtieron los alrededores en un bellísimo jardín y llegaron a emplear a más de 300 personas. Pero la historia tuvo un triste final, porque Margaret murió de disentería. Su marido construyó una pequeña iglesia neogótica junto al castillo para que descansara su cuerpo y cuando él murió, sus cenizas también fueron trasladadas allí. Desde entonces Kylemore fue refugio de duques y reyes hasta convertirse en el convento benedictino de la actualidad. La entrada para visitar la abadía es de 13 euros.

Para subir a Diamond Hill lo primero es comunicarlo en la casa del parque. El enclave cuenta con cuatro senderos, todos ellos circulares. Ellis Wood (verde), que hace un recorrido de 500 metros alrededor de la casa del parque. Sruffaunboy (amarillo), de 1,5 kilómetros, por la base de la colina. Lower Diamond Hill (azul), de 3 kilómetros, que se acerca a la subida de la montaña y se adentra por el paisaje típico de Connemara. Y el Upper Diamond Hill (rojo) que con 3,7 kilómetros alcanza la cima de la montaña.

Inicio del sendero para subir a Diamond Hill
Inicio del sendero para subir a Diamond Hill
Ovejas que pastan en el parque nacional de Connemara
Ovejas que pastan en el parque nacional de Connemara
Los cuatro senderos de Diamond Hill
Los cuatro senderos de Diamond Hill

Para subir a Diamond Hill, nosotros tomamos la primera parte del amarillo y del azul e hicimos el rojo al completo, subiendo por la cara norte y descendiendo por la sur. En total fueron solo 6,3 kilómetros superando un desnivel de 362 metros. Aunque no pudimos disfrutar apenas de ellas, lo mejor de subir a Diamond Hill son las vistas que hay en su cima. El visitante se siente dueño y señor de un paisaje que, a diferencia del resto de Irlanda, está dominado por las tonalidades amarillas, marrones y ocres. Una tierra cruda que se entremezcla con lagos y una excepcional vista de la costa oeste irlandesa con las islas de Arán y la de Inishbofin. Un regalo de la naturaleza que nosotros apenas pudimos saborear pero que, si las condiciones climatológicas lo permiten, se convierte en uno de los recuerdos más maravillosos de un viaje a Irlanda.

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Bajada de Diamond Hill con sus espectaculares vistas
Bajada de Diamond Hill con sus espectaculares vistas
Panorámica desde la subida a Diamond Hill
Panorámica desde la subida a Diamond Hill
Pablo Montes y Estefanía Casillas
Pablo Montes y Estefanía Casillas
Periodista e Ingeniera Agrícola. Viajeros

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