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San Clemente, hoy iglesia ayer el lugar donde se prendía fuego. De ahí viene el nombre de Piran, o Pirano. Fuego primitivo a modo de guía. De faro. Justo en la punta donde esta ciudad de callejuelas imposibles y tonos pastel se asoma al mar. En esa especie de dedo índice donde Eslovenia presume orgullosa de sus poco más de 20 kilómetros de costa. Justo al final de esa pequeña lengua que se asoma al Adriático estaba ese fuego centinela. Para guiar a los barcos que se dirigían al puerto de la actual Koper. Hoy ese faro no existe y en su lugar se levanta una iglesia, la de San Clemente. Como muchos de los templos que ver en Piran, un enrejado permite contemplarlo desde el exterior sin sentir el fresco de su interior. La explanada que la rodea nada tiene que ver con el fuego ni el cristianismo. Más bien es toda una provocación. Benditas paradojas que nos dan algunos lugares. La sombra que proyectan los muros de San Clemente es aprovechada por decenas de personas para plantar sus hamacas, toallas y sillas. Porque Piran tiene unas fascinantes aguas cristalinas que parecen una piscina y que casi nos obligan a zambullirnos en ellas. Calma chicha y temperatura mediterránea. Pero falta la arena de la playa. Por eso hay que armarse de imaginación. Las rocas que bordean la punta son un buen lugar para aposentarse, pero si se busca sombra o un espacio más amplio, la explanada de la iglesia es la elección ideal.
Una playa sin arena y aguas cristalinas, punto de partida para todo lo que ver en Piran
La playa de Piran es el paseo marítimo. Los bañistas se intercalan con los paseantes y hay que ir sorteando toallas, sombrillas sujetadas con contrapesos y alguna que otra hamaca. Que nadie vaya a Piran esperando tirarse al sol sobre un colchón de fina arena. La poca playa que se abre tímida al final del paseo marítimo y de los acantilados, es de guijarros y requiere unas zapatillas de agua para evitar algún percance. Eso sí, dentro de la ‘piscina’, la auténtica gloria. Habíamos leído comentarios negativos sobre las zonas de baño de la ciudad pero, sabiendo que nadie va a encontrar arena fina, el baño no puede ser más placentero. Lo que muchos pedimos cuando nos sumergimos en el mar: aguas limpias y cristalinas y no demasiado frías. El Adriático en Piran lo cumple.
¿Dónde alojarse en Piran?
Esperábamos encontrarnos a hordas de turistas por la ciudad costera más popular de Eslovenia. No fue así. Aunque era 17 de agosto, la sorpresa al llegar a la plaza Tartinijev fue muy agradable. Visitantes sí, pero no en exceso. Antes habíamos hecho un alto en la iglesia de San Francisco y el claustro del convento anexo. Pura calma vestida de blanco. Veníamos de lo alto de Piran, donde estaba nuestro alojamiento. Todo un acierto. Apartmaji Obzidje (puedes reservarlo en este enlace).
Unos coquetos apartamentos regentados por una amable eslovena. No hablaba ni papa de inglés, pero nos entendimos a la perfección. Diciendo continuamente ‘to, to, to’ para señalar cómo funcionaba la televisión por cable, el aire acondicionado, la clave wifi y el termo del agua caliente. Un primor. La habitación, con todo lo necesario. Cama cómoda y limpia, baño ídem, tranquilidad, frigorífico incorporado, vistas a un cuidado jardín. Y lo mejor de todo, un aparcamiento para nosotros solos. Teniendo en cuenta que en el centro de Piran el acceso a los coches está restringido y el parking más cercano al centro cuesta 17 euros al día, es toda una suerte. Eso sí para llegar desde la plaza Tartinijev al apartamento hay que subir una dura cuesta, que nos ayudó a quemar las calorías de las opíparas comilonas que nos metimos.
Las murallas de Piran y el atardecer
Justo al lado del aparcamiento y de nuestro alojamiento están las murallas de Piran (entrada: 2 euros). Un pequeño tramo de apenas 200 metros y levantado en el siglo XV que permite disfrutar de una vista fantástica de la silueta de la ciudad asomándose al Adriático. Recomendable subir al atardecer y ver cómo el gran disco dorado se va sumergiéndose en el mar con extrema lentitud. La fórmula de pasear por las murallas siempre triunfa. Sino que se lo digan a Jerusalén o Ávila. Otro indispensable que ver en Piran.
La plaza Tarinijev, el corazón de Pirán
Pero volvemos a la plaza Tarinijev, impoluta, de tonos pastel y presidida por el violinista de Piran que le da nombre, Giusepe Tartini. Allí está su casa, convertida en museo donde se guardan algunos de sus violines. Y también edificios como el ayuntamiento, los tribunales y la iglesia de San Pedro, entre otros. Un decorado que nos recuerda irremediablemente a Venecia. Hay que recordar que el esplendor de Piran llegó en el siglo XIII cuando estuvo bajo poder veneciano. De hecho algunas de las viviendas que se pueden ver en la ciudad fueron levantadas bajos los patrones de ese estilo. Como la casa veneciana que nos regala la plaza con una fachada de color entre crema y blanco (atención que en algunas guías aseguran que es de color rojo y así lo era, pero para nuestra sorpresa han decidido darle un giro). Dice la leyenda que fue el presente de un mercader de la ciudad de los canales a su amada natural de Piran. Para acallar los chismes y los cotilleos de los vecinos sobre la joven, el comerciante le regaló esta casa con una inscripción que reza: “Déjalos que hablen”. Se quedó agusto.
Un laberinto de calles que invita a perderse
Piran es la típica ciudad para perderse. Comenzar a deslizarse por un laberíntico entramado de calles donde la decadencia se eleva a la categoría de obra maestra. Las fachadas desconchadas con ropa tendida y algunos tiestos asomando se convierten en el mejor decorado para una fotografía. Calles con un enlosado deficiente, en las que de vez en cuando aparece algún pequeño tunelillo que se adentra entre casas bajas y pequeños restaurantes.
Piran no es de cartón piedra. La gente vive en ella. Aunque el número de negocios vinculados al turismo es enorme, aún se escucha el sonido de una televisión ‘a todo trapo’ que sale de la ventana de una casa baja que permanece abierta por el calor. Una conversación en voz alta. Una radio con un dial musical. El aroma de unos fogones a pleno rendimiento. Eso gusta y mucho.
Una cantina tradicional para comer en Piran
En la plaza primero de Mayo (Trg 1 Maja) comimos. La cantina Klet, recomendada en la Lonely Planet, no nos defraudó. Tiene una gran terraza y está divida en dos. En un local se coge la bebida y en otro, la comida. Se paga todo en el acto y te dan un número impreso en una concha, A los diez o quince minutos el plato está listo. Nosotros optamos por un combinado con chipirones, calamares rebozados, pescadito frito y patatas. Muy auténtico y además a buen precio. La plaza tiene un ambiente desbordante gracias a esta cantina. La cerveza eslovena no puede faltar y el aire fresco que corre por la terraza es un bálsamo contra las altas temperaturas veraniegas.
La catedral de San Jorge, el mejor mirador de Piran
Bajamos rápidamente la comida porque tocaba volver a subir. Entre más y más callejuelas y alguna escalera pegada a las casas bajas donde se asomaban niños jugando al fútbol, fuimos a dar a la catedral de San Jorge. Es el bastión de la ciudad y uno de los lugares imprescindibles que ver en Piran. El mejor mirador. El que permite obtener la imagen más simbólica. La iglesia también hay que verla desde el enrejado, por lo que, salvo que esté abierta, es complicado ver la principal obra de arte que alberga. Se trata de “El crucificado de Piran”, una escultura de madera del siglo XVI que muestra a Cristo en la cruz.
Subimos a su torre. Un campanario inspirado en el de San Marcos de Venecia (por algo lo diseñó un veneciano). Dos euros la entrada para empezar a subir escalones por una impoluta y nueva escalera de madera donde van apareciendo los nombres de los ángeles y alguna obra de arte. Arriba tenemos la mejor panorámica de la plaza Tarinijev. Es mejor verla desde las alturas que a ras de suelo. Abierta en un extremo al puerto de Piran. Como hace la plaza del Comercio lisboeta con el Tajo. Cuidado entre foto y foto porque las campañas pueden sonar y dan un susto de muerte. Es probable que lo hagan porque dan de forma puntual las horas, los cuartos y las medias. Pero el atronador sonido del campanil no pervierte una vista inolvidable. La que aparece en cualquier guía de Eslovenia. La que hace que te enamores de Piran
Había que darse un baño y lo hicimos justo debajo de la catedral de San Jorge, una playa de guijarros donde es posible acceder con mucho tiento. Los que prefieran algo menos arriesgado pueden hacerlo desde las muchas escaleras que hay en el paseo marítimo. También hay escuelas de buceo para disfrutar de la riqueza de un mar que parece una piscina.
La magia de la noche en Piran
El atardecer en Piran es de los que hace época. El nuestro llego antes de la cuenta, ya que una fila de nubes por encima del mar hizo que se ocultara en ellas y no en el Adriático, pero lo vimos desde las murallas iluminando toda la lengua de Piran. Por la noche caminamos hasta el puerto y la imagen que nos regaló la ciudad fue totalmente diferente. Seguía repleta de vitalidad, pero con una iluminación lo suficientemente tenue para cautivar y lo suficientemente potente como para saber por dónde pisabas. La plaza Tartinijev tenía un color diferente. La música sonaba en una terraza y la suave brisa del Adriático refrescaba una noche típica de verano.
Merece la pena pasear por la estrecha carretera que, por un lado se asoma al agua y, por el otro, te intenta atraer con restaurantes y tiendas de suvenires. Caminamos y caminamos hasta llegar a la pizzería Burin. Aire italiano para cenar en Piran. Por algo estamos a 30 kilómetros de Italia. La influencia se nota, y mucho. Burin es una de las mejores opciones para comer en la ciudad por su relación calidad-precio. Degustamos una pizza casi en penumbra para poner el colofón a una intensa visita por todo lo que ver en Piran. Nuestro viaje por Eslovenia y Croacia seguía rumbo a la siguiente parada.