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¿Todavía alguien se puede preguntar qué hacer en Mallorca en invierno? Pere nos recibe en su pequeña finca de Fornalutx. Los centenarios y retorcidos troncos de los acebuches son la peana de generosos olivos dispuestos bancales. Las naranjas clementinas decoran los árboles contiguos, a punto de que puedan ser degustadas. “Aún están un poco fuertes”, asegura. Un grupo de ovejas nos recibe obedientes a la voz de su amo. Una alberca convertida en piscina sirve de refresco cuando el sol más aprieta. A un lado, las cumbres de la sierra de la Tramontana. Al otro, Fornalutx incrustado en un valle rodeado de olivares. Pere pone sobre la mesa tomates de ramillete, rebanadas de un pan que parece cocido en un horno divino, aceite de oliva virgen extra de la zona, jamón, queso de Mahón, ‘olives trencades’ y buen vino. Mientras estrujamos los tomates en el pan y lo regamos con un chorro de oro líquido Mediterráneo para dar forma al ‘pa amb oli’, miramos a nuestro alrededor. Una vid va vistiéndose de otoño mientras se desliza por una pérgola que nos protege de los aún potentes rayos solares de octubre. Escuchamos el silencio mientras divisamos un paisaje que podría ilustrar cualquier folleto turístico.
Estamos en Mallorca. Sí, la misma de la idílica playa de Illetes, la fiesta de Magalluf, los alemanes bebiendo cerveza en el Arenal, el agua calentita del Mediterráneo en playa de Palma, las cuevas del Drac o el tren de Sóller. Es la Mallorca del sol, playa y verano. La misma que viste y calza. Pero como sucede con casi cualquier rincón del planeta, existe siempre un lado b. Una faz que los turistas de consumo fácil no suelen saborear. Un tesoro escondido. Esa riqueza es, por ejemplo, el retiro de Pere en la sierra de la Tramontana, pero también es una época. Mallorca no se acaba cuando los últimos turistas playeros ponen rumbo al aeropuerto de Son Sant Joan a mediados de septiembre. A partir de octubre Mallorca cambia el decorado. Como en una obra de teatro, las poleas levantan un paisaje con suecos, alemanes, ingleses y noruegos llenando las playas y empieza a bajar un decorado donde el tiempo se detiene. Sin masificación, con carreteras más despobladas y facilidad para aparcar, la más grande de las Islas Baleares se descubre cómo un destino de invierno. Están muy bien los mercadillos navideños, el senderismo en Asturias, ir a esquiar a Sierra Nevada o Andorra, pero también podemos pillar un vuelo a barato a Palma, alquilar un vehículo y escudriñar su interior y exterior. Precisamente bajo el lema de #betterinwinter, disfrutamos de un intenso fin de semana en Mallorca con un grupo de blogueros y de la mano de Baleares Travel Blogger y Turismo de Baleares. Planes diferentes que van un paso más de lo que todos conocemos y que os queremos mostrar en este post. ¿Qué hacer en Mallorca en invierno? Aquí está la respuesta.
Doce planes que hacer en Mallorca en invierno
1. Pasear por Palma, comer un ‘llonguet’ en Portixol y embobarse con la iluminación nocturna de la Catedral
Palma no puede ser solo el punto de llegada a la isla y nada más. Es una bellísima ciudad que algunos dejan de lado en verano para centrarse en el sol y la playa, pero que sin embargo merece ser tomada a pequeños sorbos. Durante nuestro fin de semana en Mallorca nos alojamos en el AC Ciutat de Palma, un estupendo y moderno hotel situado a solo diez minutos andando de la Catedral. La capital balear hay que caminarla. Hay que sumergirse en las callejuelas de su casco histórico haciendo una parada para tomar una ensaimada en Can Joan de Saigó. Mención especial merece su judería, el lugar de España donde la tradición de este pueblo ha sobreviviendo con más fuerza con el paso del tiempo.
Pero también hay que pasear por Portixol, el antiguo pueblo pesquero anexionado a Palma, y comer donde lo hacen los locales, que nunca se equivocan. Y los palmesanos disfrutan con una de las exquisiteces propias, los ‘llonguets’ bocadillos con un pan recién horneado y crujiente y relleno de lo que el cliente desee: Sobrasada, jamón, una ensalada con tomate, cebolla y pimiento llamada ‘trempó’, un embutido llamado ‘camaiot’… Gracias a Nadia y Sandra, nuestras anfitrionas en el #betterinwinter descubrimos el Es Vaixell, un lugar bueno, bonito y barato para probar un auténtico ‘llonguet’ con vistas al Mediterráneo.
Y por la noche, nadie se puede perder la iluminación que poseen algunos de sus monumentos más representativos como la Lonja, el Palacio Real de la Almudaina y, sobre todo, su Catedral. Una noche que también es idónea para pasear junto al puerto y cenar en el restaurante Pesquero. En él compartimos mesa y mantel con nuestros compañeros blogueros con unas vistas inmejorables y con unas viandas de calidad.
2. Perderse por las calles de Valldemosa
A menos de media hora de Palma y cuando el azul del Mediterráneo comienza a ceder el protagonismo al verde de la sierra de la Tramontana, nos encontramos, como por arte de magia, con Valldemosa. Su silueta, vista desde la carretera que llega desde Palma, es un buen adelanto de lo que encontraremos después.
Calles empedradas, pequeñas y cuidadas casas decoradas con una paleta multicolor de flores, azulejos que rinden pleitesía a su patrona, Santa Catalina Thomas… y por supuesto su Real Cartuja. El lugar en el que residió durante unos meses un Chopin muy delicado de salud y su pareja, la escritora George Sand. Pero Valldemosa también es sinónimo de la coca de patata, un delicioso dulce elaborado con patata, huevo, azúcar y grasa que nadie se puede quedar sin probar.
Cada tarde de verano las calles de Valldemosa se llenan de turistas que quieren hacer un pequeño paréntesis a su proceso de tostado en la playa. Pero en invierno, con menos bullicio, el pueblo ofrece una cara más íntima y pacífica que encandila a cualquiera.
3. Soplar vidrio en Lafiore
En el trayecto entre Palma y Valldemosa, en la localidad de Esporles, un lugar capta nuestra atención. Su nombre es Lafiore, una fábrica de vidrio soplado que merece una parada. El calor de sus hornos nos recibe para demostrar que la tradición es la seña de identidad de la casa.
Con una destreza inusitada, los artesanos de Lafiore manejan el vidrio como si fuera barro. Artistas que convierten los pedazos de cristal en un cisne multicolor o en un sinfín de piezas que se muestran en la tienda contigua. Pero en Lafiore además de ver, se puede participar. Todo el que quiera tiene la oportunidad de soplar su propia pieza de vidrio y llevársela para casa por 20 euros.
4. Olvidar el paso del tiempo en Sa Foradada
El viento, la lluvia y el mar han esculpido en la costa mallorquina una de esas obras de arte que en ocasiones se convierten en auténticos símbolos. Hablamos de Sa Foradada. Muy cerca de la localidad de Deià y desde un pequeño aparcamiento vemos esta cala de rocas famosa por el gran agujero que se ha formado en su parte central.
Parece como si la naturaleza hubiera querido regalar una ventana a esta mole para contemplar por ella una pequeña porción el Mediterráneo. Las vistas desde el aparcamiento relajan y cautivan, pero también es posible bajar hasta la propia cala haciendo una caminata de poco más de media hora.
¿Formentera también en invierno?
Es imposible que el agua esté más cristalina que en la isla de Formentera. Sus playas y rincones son un auténtico regalo de la naturaleza que no es propiedad exclusiva del verano. La pequeña isla balear también es #betterinwinter como demostramos en este post dedicado a qué ver en Formentera además de ir a la playa.
5. Caminar por Sóller y su mercado semanal
La ciudad de Sóller es un imprescindible cuando nos preguntamos qué hacer en Mallorca en invierno, pero también en verano. Conocido es su tren turístico que conecta con Palma y especialmente interesante es acudir un sábado por la mañana, cuando en la plaza de la Constitución se despliega su mercadillo semanal lleno de colores, olores, sabores. Desde verduras y hortalizas de la zona pasando por bisutería, menaje, ropa…
Mientras nos perdemos por sus puestos nos vigila la iglesia de San Batolomé y su campanario neogótico, una de las joyas de la ciudad. Y una cosa más. Sea invierno o verano, no puede faltar un helado de Sa Fàbrica, una heladería tradicional para reencontrarnos con los sabores más auténticos.
6. Volver a los orígenes visitando una almazara y rompiendo aceitunas
Cuando abandonamos el paisaje urbano de Sóller y algo que despierta nuestra atención. Los olivos se empiezan a adueñar de esta zona de la sierra de la Tramontana. Unos árboles que regalan una aceituna de gran calidad que da como resultado uno de los aceites con más calidad de toda España. Y lo mejor de todo es que este oro líquido del Mediterráneo tiene el sello de la tradición gracias a la cooperativa Sant Bartomeu.
Para mostrar al visitante esta bendita labor y, al mismo tiempo, revitalizarla, la empresa Més Cultura ha entrado en escena. Aina e Irene están haciendo una estupenda labor para que el turismo que recibe la isla también dé un impulso a la actividad agrícola de la zona. Para ello ofrecen una visita a una almazara tradicional donde llevan sus aceitunas 300 cooperativistas. Además, existe la oportunidad de participar en talleres como el de la elaboración de ‘olives trencades’. Maza en mano fuimos aplastando cada una de las aceitunas para posteriormente ponerlas a macerar en un tarro con agua con sal, hinojo y guindilla. Al cabo de tres meses veremos el resultado que seguramente será muy apetitoso.
7. Comer ‘pa amb oli’ mientras se detiene el tiempo en el corazón de la Tramontana
La visita a la almazara de la cooperativa Sant Bartomeu y los talleres que programan desde Més Cultura se pueden completar con una de las experiencias más gratas que vivimos en Mallorca. Pere, un payés de la zona, nos recibió en su finca ubicada junto a Fornalutx, en el corazón de la sierra de la Tramontana.
En medio de un paisaje de olivos y naranjos disfrutamos a una comida a base de ‘pa amb oli’ (pan con aceite, tomate y jamón) en un entorno idílico donde los colores del otoño parecían una obra de arte. El tiempo se detuvo mientras Pere nos relataba cómo trabajaba la tierra y el amor que sentía por la Tramontana.
8. Hacer un alto en el camino en el mirador de Ses Barques
La serpenteante carretera Ma-10 que se adentra en la sierra de la Tramontana tiene algunos regalos como el mirador de Ses Barques. Allí, junto a un pequeño restaurante, se eleva una atalaya frecuentada por moteros los fines de semana.
Las vistas que se obtienen del puerto de Sóller arropado por los campos de olivares son fascinantes. Otro momento para relajarse y disfrutar.
Alquilar coche en Palma
Uno de los mayores placeres de recorrer una isla es hacerlo motorizado. Menorca, Tenerife, Gran Canaria, Malta, Sicilia, Cerdeña… Siempre que hemos visitado una porción de tierra rodeada de mar, el coche (en el caso de Formentera fue la moto) ha sido el mejor aliado para escudriñar cada rincón.
En Mallorca la sensación de ir al volante, especialmente por los paisajes de la sierra de la Tramontana es difícilmente descriptible con palabras. Ya para ello una estupenda opción es alquilar un coche con Sixt, una empresa que posee una amplia gama de vehículos y que respaldó el #betterinwinter
9. Ver atardecer en el puerto de Sóller
Un recorrido por la sierra de la Tramontana puede concluir perfectamente al caer la tarde en el puerto de Soller. Los yates y pequeñas embarcaciones atracadas en sus muelles se entremezclan con el azul del Mediterráneo y un fondo de tonalidades verdes que convierten a este puerto en uno de los más bellos de España.
Pasear por sintiendo la brisa del mar mientras se escucha la campana del tranvía o tomar un refresco en una de sus muchas terrazas, son pequeños regalos que hay que paladear.
10. Degustar los excelentes vinos locales
Además de aceite, en Mallorca se elaboran excelentes vinos que poco a poco van ganando la importancia que se merecen. Para promocionar estos caldos, ciudades como Palma e Inca acogen cada año la Nit del Vi (noche del vino), donde numerosas bodegas locales ofrecen sus productos. Con la entrada, el visitante recibe una copa que puede ir rellenando tantas veces quiera por los diferentes estands de las bodegas. Nosotros tuvimos la fortuna de acudir a la Nit del Vi de Inca, en un marco incomparable como es la Fábrica Ramis, una antigua factoría textil rehabilitada y convertida en centro cultural, empresarial y gastronómico.
Fue una grata sorpresa descubrir algunos vinos blancos, tintos y rosados como los de las bodegas Son Ramon o Mortitx. Un consejo, entre copa y copa hay que probar las galletas saladas Quely, elaboradas también en Mallorca con aceite de oliva y que respaldaron el evento #betterinwinter de una forma muy activa.
11. Deleitarse con las obras de Joan Miró
Aunque nació en Barcelona, Joan Miró encontró en Mallorca una fuente de inspiración. De hecho su madre y su esposa Pilar eran mallorquinas. Este cariño del matrimonio por la isla hizo que quisieran legar a la ciudad de Palma parte de su obra, en concreto casi 6.000 piezas entre pinturas, dibujos, esculturas, bocetos y documentos.
Hoy se pueden visitar en la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma. La entrada tiene un precio de 7,5€ salvo los sábados a partir de las 15:00 horas y los primeros domingos de mes que es gratuita. Es una buena forma de disfrutar con la obra del genial artista y un excelente plan que hacer en Mallorca en invierno cuando, por ejemplo, aparece la necesaria y bendita lluvia.
12. Visitar el castillo de Bellver
Su planta circular hace del castillo de Bellver en Palma una de las fortificaciones más interesantes de toda Europa. Fue construido para albergar la corte del rey Jaime II de Mallorca y hoy además acoge el Museo de Historia de la Ciudad de Palma.
Además de recorrer sus estancias, el visitante disfrutará de las mejoras vistas de la capital mallorquina. No obstante se eleva a 112 metros sobre el nivel del mar. La entrada tiene un precio de 4€ salvo los domingos, que es gratuita.