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Silencio. El más absoluto de los silencios. Pero no un silencio miedoso que presagia algo terrible. Es más bien pacífico. Melancólico tal vez. El ruido perturba, molesta. En esta ciudad se extinguió el cupo de estruendos, estrépitos, detonaciones, gritos, llantos, derrumbes, explosiones… Como un videojuego en el que agotas tu munición y tienes que continuar sin ella. No hay posibilidad de recargar, ni falta que hace. Se vive mejor así, en silencio. Aquel lunes 6 de agosto de 1945 a las 8:15 horas se paró el tiempo. Lo más parecido al fin del mundo se vivió en Hiroshima. La perversión del ser humano representada en un artefacto destructor. La bomba atómica. “Todo es pura turbulencia”, aseguró Bob Caron, artillero de cola del Enola Gay, el avión que la lanzó. Ni los propios tripulantes de la nave se imaginaban lo que ocurriría. El 30% de la población de Hiroshima desapareció. El 70% de sus edificios, también. La muerte en la más amplia descripción de la palabra. Tocaba volver a empezar. Renacer de las cenizas. Hoy Hiroshima es paz y silencio. Se siente nada más poner un pie en sus calles. Se percibe algo diferente, casi irreal.
Llegamos a la estación de ferrocarril en un tren procedente de Tokio. Acababa de comenzar nuestro viaje a Japón por libre e Hiroshima era la primera parada. Salimos a la calle y se hace el silencio. Los quince minutos que separan la estación del hotel los hacemos caminando. A pesar del cansancio del viaje y la molestia de tener que arrastrar las maletas, la sensación tan placentera que nos embarga nos hace reencontrarnos con el ser humano. Ni un atisbo de bullicio. En Hiroshima no hay atascos, ni pitidos, ni frenazos, ni aceras atestadas de gente, ni papeles tirados en el suelo… Pasear por sus calles es flotar en un mundo paralelo donde las bicicletas comparten espacio con los viandantes en perfecta armonía. Los niños van uniformados solos a sus colegios y todo el mundo, tanto peatones como conductores, respetan estrictamente cada semáforo. No hay papeleras, pero sin embargo las calles están impolutas. En las aceras no hay ninguna baldosa suelta y el asfalto está tan llano y liso como un folio. Es como ese coche que compraste hace veinte años, pero que lo has cuidado al máximo, la carrocería no tienen ningún rayón y el interior está impecable. Así es gran parte de Japón, pero, sobre todo, así es Hiroshima.
¿Cuánto tiempo hay que dedicarle a Hiroshima?
En nuestro viaje a Japón por nuestra cuenta esta ciudad de la región de Chugoku ocupó las dos primeras noches. De esta forma nos dio tiempo a visitar los lugares imprescindibles que ver en Hiroshima y también la cercana y bucólica isla de Miyajima (su nombre oficial es Itsukushima). Muchos viajeros sólo recalan en esta zona para contemplar esta isla famosa por su torii gigante flotante. Creemos que es un error, puesto que Hiroshima al menos merece unas cuantas horas para deslizarse por su silencio pacífico repleto de recuerdos con un mensaje de concordia claro y nítido.
Alojarse en Hiroshima
Para esas dos noches elegimos el hotel Urbain Hiroshima Central, excelentemente ubicado, moderno y cómodo. Ninguna queja. Como ocurre en la mayoría de los alojamientos japoneses de este tipo, las habitaciones son minúsculas, pero con todo lo necesario para estar a gusto. El personas fue muy amable y el desayuno correcto aunque, lógicamente, nada que ver con el que estamos acostumbrados en Europa.
Lugares imprescindibles que ver en Hiroshima en un día
Apenas disponíamos de unas horas para recorrer los lugares casi obligatorios que ver en Hiroshima. Nuestro vuelo había llegado a Tokio a primera hora de la mañana. Después tocaba hacer los trámites para convalidar la JR Pass y tomar el tren rumbo a Hiroshima. La puntualidad japonesa hizo que los tiempos se cumplieran y que tuviéramos la tarde entera para disfrutar de la ciudad a pesar del cansancio.
Castillo de Hiroshima
Nuestra primera parada fue el Castillo de Hiroshima o de la Carpa (400 yenes). Se trata de una reconstrucción del original que databa de 1598. Obviamente la bomba atómica se lo llevó consigo y hubo que levantarlo de nuevo respetando lo máximo posible la estética original. Está rodeado por un estanque y en el interior de su torre podemos contemplar el museo de la ciudad y unas extraordinarias vistas del entorno urbano. En el recinto del castillo también se puede visitar un santuario sintoísta llamado Hiroshima Gokoku Jinja, que también fue aniquilado por la bomba y posteriormente reconstruido con donaciones populares. Todo lo que nos ofrece el Castillo de Hiroshima nada tiene que ver con los santuarios que posteriormente vimos en Kioto, pero es una buena primera toma de contacto con la ciudad. Esa paz y silencio del que tanto hablamos en este post, dominan también un recinto casi místico como si fuera una película grabada a cámara lenta.
Los edificios de oficinas y apartamentos que rodean el Castillo nos devuelven otra vez al siglo XXI. Es la imagen de una ciudad reedificada palmo a palmo donde el único atisbo de “clasicismo” es el tranvía que ya funcionaba antes del bombardeo de la II Guerra Mundial.
Parque Memorial de la Paz
Caminamos durante unos veinte minutos rumbo al lugar clave que ver en Hiroshima. Es el Parque Memorial de la Paz. Un cúmulo de recuerdos y símbolos de lo que provocó la barbarie.
Es un parque para recorrer sin prisa. Fijándose en cada detalle. Emocionándose con cada recuerdo. Todo es altamente emotivo, pero ayuda a comprender y entender muchas cosas. El cuerpo se encoge como nos sucedió, por ejemplo, en el Museo del Holocausto de Jerusalén y en la Casa de Ana Frank en Ámsterdam. Pero ese encogimiento es necesario. No todo en un viaje tiene que ser agradable o simpático. A veces es bueno recibir bofetadas de realidad. Y sobre todo tener muy claro, aunque suene a tópico, que esas atrocidades del pasado no pueden jamás olvidarse para no correr el riesgo de repetirlas.
Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima
El Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima (200 yenes) es el lugar donde los recuerdos se acumulan. Por desgracia no pudimos entrar, ya que llegamos más allá de las 18:00 horas. Una auténtica pena puesto que su visita es casi obligatoria. En él se hace un crudo, realista y desgarrador repaso a lo que ocurrió. Sin tapujos ni vendas de ningún tipo. Las cosas fueron así y las nuevas generaciones deben saberlo. En su vestíbulo de entrada nos llamaron la atención dos pantallas digitales. Una que cuenta los días desde que se lanzó la bomba atómica en Hiroshima y otro, los días desde la última prueba nuclear en el mundo. En este último caso sólo habían pasado 134. Un aviso a navegantes de que seguimos jugando con fuego. Todos los detalles sobre lo que podéis encontrar en este museo los tenéis en la que es, sin duda, la mejor web sobre Japón de la red, Japonismo.
Cúpula Genbaku
La Cúpula de la Bomba Atómica o Genbaku es el lugar más simbólico del complejo. Es la prueba palpable de la destrucción de la guerra. Los restos del Pabellón para la Promoción Industrial convertidos hoy en Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Parece que el tiempo se ha detenido y los cascotes se han quedado suspendidos en el aire para trasladarnos al minuto cero de la crueldad más absoluta. Su simbolismo radica en que fue el único edificio que quedó en pie en el lugar donde cayó la bomba. Estaba construido con ladrillo y hormigón y pudo soportar semejante liberación de fuerza destructora. Hubo cierta controversia sobre si se reconstruía o no, pero finalmente quedo tal y como se puede ver para que sea un recuerdo esquelético, pero vivo, de lo que aconteció.
Cenotafio Conmemorativo
En el centro del parque está el Cenotafio Conmemorativo, un homenaje del artista Tange Kenzo a las más de 200.000 víctimas que perecieron tras el estallido de la bomba atómica. En esta estructura de hormigón simple y sobria se puede leer la frase “descansad en paz, pues el error jamás se repetirá”. No hace falta añadir más.
Campana de la Paz
El homenaje de las grullas de papel de los niños, la campana que se puede tañer o el reloj que solo se detendrá cuando no haya ningún arma atómica en el mundo, son otros de los elementos del complejo. Un lugar tranquilo, donde la gente pasea con calma y sin elevar el tono de voz. Como si quisieran lanzar el mensaje de que un mundo así es posible. Y además lo es en lugar donde la crueldad de la guerra lo arrasó todo. Es la explosión de vida en una tierra que quedó yerma. Es un mensaje de paz sin tapujos.
Así concluyó nuestro primer día en la ciudad de la paz. Pero aún había un lugar que teníamos en nuestra lista de cosas que ver en Hiroshima.
Jardín Shukkeien
Al día siguiente, tras regresar de la isla de Miyajima, nos dio tiempo a detener precisamente eso, el tiempo. Y lo hicimos en el Jardín Shukkeien (260 yenes). Está considerado uno de los mejores de todo Japón y no quisimos desaprovechar la oportunidad de visitarlo.
Parece de ciencia ficción que en mitad de una ciudad moderna y con una arquitectura urbana nada atractiva, aparezca este oasis. Cada una de sus especies vegetales entre las que sobresalen grandes ginkgos (uno de ellos superviviente de la bomba atómica), arces y numerosas flores están perfectamente cuidadas. Todas ellas decoran unos estrechos senderos que se deslizan entre pequeños lagos, casas de té y pérgolas para descansar y olvidarse de todo. Son varios los jardines que vimos en Japón, pero el de Hiroshima nos sorprendió muy gratamente.
La noche de Hiroshima tiene algo más de sonidos, pero no demasiados. En la ciudad donde se venera el silencio, tampoco hay que sobrepasarse. Y nosotros lo agradecemos.