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Cambiar la blanca arena por la ennegrecida piedra es un contraste radical, pero necesario. Olvidar por un día las aguas color turquesa y ‘sumergirse’ en un entramado de callejuelas de casas cochambrosas y puertas maravillosas con olor a especias, pescado y sabe Dios qué, es imprescindible para un viajero. Por eso no se puede visitar Zanzíbar y dejar de lado su capital. Stone Town está declarada Patrimonio de la Humanidad, pero se aleja mucho del cuidado concepto que tenemos de las ciudades europeas con esa protección. Stone Town agoniza, pero resiste. Con su ritmo caótico en el que parece imposible salir adelante. Pero claro que sale. Lo lleva haciendo durante siglos con mil y un avatares.
Un poco historia para entender Stone Town
Para ponernos en situación, fueron los portugueses los primeros que se establecieron en Stone Town en el siglo XVI levantando un fuerte y dándole forma a lo que más tarde se convirtió en la capital de una de las rutas marítimas más importantes del Índico. Su situación privilegiada en el itinerario por mar entre Europa y la India tenía la culpa. Cien años más tarde llegaron los omanís. Incluso el sultán Said fijó en Zanzíbar la capital del reino. Este periodo fue próspero en el comercio de especias (en la isla se producía el 90% de las que se consumían en todo el mundo). En Stone Town había omanís, pero también se asentaron los mercaderes indios con los que hacían negocios. De ahí se explica las influencias árabes e indias que se pueden ver especialmente en las elegantes puertas labradas de algunas viviendas.
Pero Zanzíbar, y concretamente Stone Town, fue epicentro de uno de los episodios más vergonzosos y siniestros de la historia de la humanidad. En el siglo XIX salieron del puerto de la Ciudad de Piedra alrededor de un millón de esclavos. Como auténtico ganado esperaban su embarque en unas mugrientas mazmorras que todavía hoy se pueden visitar para recordar la barbarie.
En esa apasionante historia avanzamos hasta el siglo XX con la llegada de los grandes exploradores a Stone Town. Livingstone, Stanley, Burton, Speke y otros muchos partieron desde Zanzíbar para realizar sus apasionantes expediciones en África. En 1963 Zanzíbar logró la independencia y más tarde se unió con Tanganika formando la actual Tanzania.
Stone Town fue la última parada de nuestro viaje a Zanzíbar por libre después de pasar cinco noches en Nungwi. Llegamos a la capital tras un viaje de una hora que nos deparó las miles de sorpresas que te encuentras en las carreteras de la isla. Los interminables puestos a pie de asfalto con un puñado de tomates, unos cuantos mangos y algunas bananas. Las niñas uniformadas caminando por el arcén como si fuera una procesión de monjas en miniatura. Inconfundible su velo blanco inmaculado que les cubría la cabeza y les llegaba por debajo de la cintura. Mayores en bicicletas destartaladas y chirriantes transportando bidones de agua, sillas, ferralla, cocos y todo lo que te puedas imaginar. La llegada a Stone Town fue caótica. El tráfico casi inexistente en el resto de la isla, a excepción de los taxis que llevan a los turistas, se multiplicó. A uno y otro lado de la carretera aparecía una amalgama de tiendas, motos, bicicleta, viandantes. La capital de Zanzíbar nos daba la bienvenida.
¿Dónde alojarse en Stone Town?
La infraestructura hotelera de Stone Town nada tiene que ver con la de los epicentros turísticos de Zanzíbar. Después de buscar con ahínco un hotel aceptable y bien situado nos decantamos por reservar en el Rumaisa Hotel. Por un precio muy ajustado con desayuno nos encontramos una habitación en buenas condiciones y un trato excelente. Lo recomendamos sin lugar a dudas.
El hotel se encuentra al lado del puerto y se puede ir caminando sin problemas al centro. Parece un antiguo palacio indio de dos pisos. Cuenta además con un aparcamiento muy útil para los que acudimos en coche como fue nuestro caso. Las habitaciones no son una oda a la limpieza, pero están correctas si lo comparamos con otros hoteles que hay en Stone Town. Colchón cómodo, dos ventanas, pequeña nevera, aire acondicionado, ducha amplia. Sin alardes, pero bien. El desayuno, nada que ver con el que disfrutamos en Nungwi, pero sin quejas. Tostadas, leche fría, algún bollo tradicional, bananas y sandía. Lo mejor, en la azotea y con vistas al Índico.
Un recorrido por todo lo que ver en Stone Town en un día
Stone Town es su casco histórico. Más allá de él hay un batiburrillo de casas, edificios destartalados y calles de barro. Se le puede un día perfectamente. No es necesario mucho más a nuestro juicio. Incluso llega a agobiar el calor y la presión de la ciudad cuando unas horas antes has disfrutado de playas paradisiacas totalmente vacías. Eso sí, aunque el listón de los atardeceres estaba altísimo en Zanzíbar, Stone Town nos regaló uno de muchísimos quilates.
¿Quiénes son los papasi? Los ‘hombres garrapata’ que te darán la ‘bienvenida’
Lo primero que encuentras en Stone Town nada mas acercarte al centro histórico es a los hombres garrapata (‘papasi’). Así se llama a los ‘cansinos históricos’ que se acercan ofreciéndote sus servicios como guías. El problema es que no lo son y probablemente sepan menos de Stone Town que tú. Para hacer un recorrido guiado con auténticos profesionales te recomendamos este tour de un día que incluye además una visita a Prison Island.
No te van a robar, pero sí a pedir un dineral por acompañarte. Por lo tanto hay que quitárselos de encima con elegancia ya que son más insistentes que los que te encuentras en las playas de Zanzíbar ofreciéndote un paseo en barca para hacer esnórquel o una fiesta suajili. Eso sí, todo de forma educada y sin perder los papeles. Siempre que viajábamos hay que cambiar el chip, tragar con cosas que no nos gustan y tomarnos todo con más filosofía. Ellos hacen su trabajo o su picaresca y tú estás en tu derecho de rechazarlo de manera educada.
Un buen seguro de viaje para estar tranquilos
Viajar sin seguro es como lanzarte desde un avión sin paracaídas o tirarte a una piscina sin agua. Además de una irresponsabilidad, es un riesgo innecesario. Y no solo si vas a África, sino a cualquier lugar del mundo. Para nuestro viaje a Tanzania contratamos el seguro Estándar de Iati, una compañía especializada en pólizas de viajes con las que llevamos recorriendo el mundo varios años. Hasta la fecha no hemos tenido ningún problema y siempre hemos encontrado facilidades. Por eso os lo recomendamos y si lo contratas a través de este enlace te beneficias de un 5% de descuento.
El colorido (y el hedor) del mercado de Darajani
Una buena manera de comenzar el recorrido por todo lo que ver en Stone Town es su mercado Darajani. El epicentro es una pequeña nave al estilo de los mercados europeos con los puestos de carne y pescado. Eso sí, no hay ni cámaras frigoríficas, ni hielo, ni perejil, ni los humidificadores que las modernas pescaderías tienen para conservar las piezas frescas durante todo el día. Allí el pescado está fresco no, fresquísimo. Pero al natural, sin maquillajes. Extendido en unos mostradores atestados de moscas y despidiendo un profundo hedor que a nosotros no nos pareció tan nauseabundo como habíamos leído. Simplemente olor a pescado. Fuerte, pero nada más. Pulpos, atunes, ‘king fish’, enteros o por piezas. El trasiego es constante. La vida fluye. Es una experiencia única. No apta para remilgados y exquisitos, y sí para personas que buscan sensaciones en cada uno de sus viajes. La zona de la carne, tres cuartos de lo mismo, pero más solitaria. Las moscas devorando los cuartos de pollo ante la alegría de los vendedores. ‘Pole, pole’.
El mercado de Darajani cuenta con otra zona donde se venden las especias. Son extremadamente baratas y lo ideal es comprarlas a granel. Eso sí, toca regatear.
Perderse por un laberinto donde no querrás que abran la puerta
El Stone Town hay que perderse en el sentido literal de la palabra. No puedes estar con un mapa en la mano pensando hacia dónde giras en cada cruce. Es mejor caminar por donde el instinto nos guíe y de vez en cuando consultar Google Maps para ubicarnos. De esta manera nos enredaremos en un entramado de calles donde las motos circulan como en el circuito del Jarama. Los puestos artesanía y suvenires se diseminan con vendedores buscando su oportunidad. En medio de todo, pequeños puestos donde te ofrecen un simple limón para que lo ‘roas’ y lo chupes como hacen los locales, o el tan apreciado zumo de caña que exprimen en unos artilugios de metal que extraen hasta la última gota. La Ciudad de Piedra es como la relata Javier Reverte en esta maravillosa crónica. Como una gran familia en la que parece que todos viven bajo el mismo techo.
Uno de los principales atractivos del laberíntico casco histórico de Stone Town son sus puertas de madera. Labradas con maestría. Legado del pasado árabe e indio de Zanzíbar. Las primeras, más antiguas, rectangulares y con pasajes del Corán. Y las segundas, con refuerzos metálicos porque tradicionalmente en la India se realizaban así para defenderse de los intentos de los elefantes por meterse en casa ajena. El resto de las puertas son suajilis, las más simples y que carecen de decoración. El estatus social en la ciudad se demostraba por la magnificencia de unas puertas que pedirás que nunca se abran para admirarlas en todo su esplendor.
El hombre como ganado, en los bajos de la Catedral Anglicana
Una visita fundamental en Stone Town es la Catedral Anglicana. Un templo sobrio y sin interés arquitectónico que en sus bajos guarda la gran tragedia de Zanzíbar. La isla fue, durante el siglo XIX, el gran mercado de esclavos de África por obra y gracia del sultán omaní Sayyid Said y con la connivencia de los europeos, especialmente de británicos y americanos. Desde su puerto partieron más de un millón de seres humanos para sufrir, junto al Holocausto nazi, la mayor vergüenza a la que ha asistido la humanidad. Actualmente es posible visitar dos de las celdas donde se hacinaban peor que el ganado (5 dólares). Con grilletes, en un habitáculo oscuro sin ventilación y donde la claustrofobia está todavía presente. Lugares que invitan a reflexionar como lo hace Auschwitz, el memorial del 11S o el museo de La Paz de Hiroshima.
Vuelvo a traer a colación a Javier Reverte para mostrar la misma sorpresa que le provocó cómo Zanzíbar se sigue rindiendo ante el Islam a pesar de que los árabes fueron los precursores de aquel obsceno mercado de esclavos. La llamada al rezo y los niqab que portan las mujeres nos recuerdan qué religión se procesa. Eso sí, con un carácter muy diferente a El Cairo, por ejemplo. Ese colorido africano está presente en cada rincón y da la impresión de que la religión no es esa losa tan inamovible como lo es en otros países. Eso se demuestra aún más en enclaves costeros como Nungwi, donde las llamadas de los muecines se entremezclan con el último éxito de Rihana o el “Despacito” de Luis Fonsi.
Catedral de San José, el ‘oasis’ católico de Stone Town
Casi por casualidad y perdidos por el laberinto de calles de la Ciudad de Piedra apareció ante nuestros ojos la ajada Catedral de San José, el principal templo católico de Zanzíbar. Aunque sus torres son visibles desde diferentes puntos de Stone Town, resulta casi una misión imposible localizarla. Tuvo que ser fruto del callejeo de un lado hacia otro cuando dimos con ella. Encajonada entre las angostas viviendas. Fue levantada por misioneros franceses a finales del siglo XIX y, por este motivo, su diseño está basado en la Catedral de Marsella. No fue posible visitarla por dentro porque estaba cerrada a cal y canto.
La cuna de Freddie Mercury
En dirección a la costa pasamos por delante de la casa en la que nació Freddie Mercury, hoy convertida en un hotel. El edificio donde se encontraba el modesto apartamento en el que vivió los primeros años de su vida el genio de la música lo recuerda con algunas fotografías y reseñas históricas. Es una visita testimonial donde no podemos esperar ningún homenaje extraordinario al líder de Queen. Pero si visitamos Stone Town y amamos la música de la banda británica, siempre merece una parada.
El azar quiso que Mercury naciese en esta isla, ya que su padre fue enviado allí a trabajar como cajero. Unos inicios que se recuerdan en la película “Bohemian Rhapsody”.
La Casa de las Maravillas, el capricho del sultán con vistas al Índico
La Casa de las Maravillas, el palacio que el sultán Barghash bin Said construyó en la isla con vistas al Índico, sobresale en este recorrido por todo lo que ver en Stone Town. Aunque posee las puertas de madera más grandes de África oriental y un mtepe (barca tradicional suajili) en su patio interior, no pudimos visitarla puesto que se encuentra en un proceso de rehabilitación (que buena falta le hace) que se avecina será largo. Desde su exterior podemos observar los grandes cañones de bronce que presiden su entrada y que datan de la presencia portuguesa en la isla de Zanzíbar.
Fuerte Viejo de Zanzíbar
El final del día se acercaba y faltaba por visitar uno de los monumentos imprescindibles que ver en Stone Town. Su Fuerte Viejo, una tosca fortaleza levantada por los omanís para defender la isla de los portugueses. Hoy cuenta con un gran patio donde se despliega un mercado de artesanía y un anfiteatro donde jóvenes zanzibarianos se exhibirán con bailes y acrobacias al son de la música. También es la sede del Festival Internacional de Cine de Zanzíbar.
Atardecer de película recordando a Livingstone
El sol estaba cayendo y no nos podíamos perder nuestro último atardecer en Zanzíbar. Sin planearlo nos topamos con el Café Livingstone, cuya terraza se dispone sobre la arena sintiendo la brisa marina en la cara y el bamboleo de las olas casi sobre los pies. El café hace honor al explorador británico que estableció en esta ciudad el campamento base de algunas de sus expediciones por África. Su clientela, blancos.
Mientras en el interior una banda de jazz afinaba los instrumentos, el gran disco dorado se preparaba para su grandiosa despedida. La expectación aumentaba y todos querían un puesto en primera fila. A cámara lenta y, mientras los niños se refrescaban en el agua con ropa, fuimos disfrutando de la última puesta de sol. Entre velas y nubes. Como un adiós pausado y eterno.
Explosión de sabores y ambiente en los jardines de Forodhani
Pusimos rumbo nuestro hotel prolongado el estado de relax en los jardines de Forodhani y asomándonos al paseo marítimo. Ese que no está presente en localidades como Nungwi donde lo caminos bacheados acaban en la playa. El olor a comida nos despierta el apetito. Decenas de puestos callejeros, los que los modernos llaman ahora ‘food trucks’, se disponen sin solución de continuidad. Pinchos morunos de carne, gambas, calamar, pulpo. Sopas, dulces, kebab. Un crisol de sabores y olores donde cada cocinero vendedor se afana por convencerte despertándote el apetito con muestras de su carta improvisada.
En el vivo paseo marítimo se monta un corro. Gritos y aplausos se suceden. Un grupo de jóvenes compite para ver quién es el que realiza el mejor salto al agua. La caída es de poco más de dos metros, pero en esa distancia les da tiempo a hacer alguna voltereta. Los más avezados caen de cabeza, pero hay algún que otro ‘planchazo’. Algunos blancos se animan a competir sin lograr a plasticidad de estos jóvenes que cada noche hacen lo mismo.
Lukmaan, cocina tradicional y barata para comer en Stone Town
Siguiendo las recomendaciones de nuestros amigos de Udare, la empresa con la que realizamos el safari en Tanzania, elegimos para comer en Stone Town el restaurante Lukmaan. Es el más popular de la ciudad. En su terraza cubierta alrededor de un inmenso baobab se reúnen locales, hombres de negocios, turistas, despistados… En su colorida carta se mezcla la cocina suajili con la India. Pedimos una brocheta de gambas, otra de carne de ternera, pulpo en sopa y dulces tradicionales. Bien de precio y con muy buen ambiente.