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Si hay una gran ciudad en el mundo que alcance la categoría de modélica esa es Sídney. Luminosa, bella, ordenada, tolerante, cálida y divertida. Os contamos qué ver en Sídney y cuál es el secreto que la hace tan especial
En esta vida es muy complicado, por no decir imposible, catalogar a algo o a alguien de “perfecto”. Las personas, las cosas y las ciudades tienen sus fallos, carencias, debilidades, manías y aristas que las hacen imperfectas, aunque aparentemente puedan ser idílicas. Por todo ello se dice que la perfección no existe. En ese caso no nos queda más remedio que decir que algo o alguien es “casi perfecto” ya que tarde o temprano aparece un pequeño fallo que emborrona la utopía. De ahí viene el título de este post, “Qué ver en Sídney, la ciudad casi perfecta”, aunque sinceramente tendría que vivir una temporada en ella para encontrar las pegas que expliquen con más profundidad ese “casi”. Lo que vi y sentí junto a mi buen amigo Javier en esta ciudad durante nuestro viaje a Australia es que Sídney ha conseguido mostrarse al mundo como un lugar deliciosamente habitable. Ya comenté en el post sobre Melbourne que el país oceánico se podría catalogar como el ideal para vivir y si en él hubiera que elegir una ciudad, esa sería sin lugar a dudas Sídney.
Ruta exprés con todo lo que ver en Sydney
La ciudad más poblada de Australia con casi 5 millones de habitantes aunque no sea su capital (ese honor corresponde a Camberra) tiene la virtud de haber aunado lo mejor de Estados Unidos y de Europa. Mientras Melbourne es una urbe más europea, Sídney ofrece rasgos de Los Ángeles y San Francisco mientras conserva esa esencia ordenada y majestuosa de Londres. Por si fuera poco, se trata de una ciudad que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y acoge a un crisol de culturas y nacionalidades que conviven en plena armonía. Rebosa tolerancia, educación, respeto y “buen rollo”. Además, en ningún momento el visitante tiene la sensación de estar en una metrópoli de 5 millones de personas. Salvo algunos atascos en las principales vías de comunicación (algo de lo que no se libra ninguna gran ciudad del mundo), el ambiente que se respira es de una infinita calidad de vida. A pesar de poseer un importante núcleo financiero, sus ejecutivos no presentan el mismo rostro estresado que se ve en Nueva York o Madrid. Asimismo, su simbiosis con un entorno natural donde el Océano Pacífico se introduce en un sinfín de recovecos y ofrece playas de ensueño, da como resultado una belleza extraordinaria que es la antagonista de cualquiera sensación de incomodidad. Si a esto le sumamos una temperatura media anual que se mueve entre los 13 y los 22 grados, tenemos como resultado un auténtico paraíso terrenal cuya mayor pega para los españoles es que se encuentra a 24 horas en avión. Casi nada.
Podría extenderme mucho más piropeando a una ciudad que me dejó totalmente enamorado, pero el lector querrá saber qué ver en Sídney. Dentro de nuestro viaje a Australia, esta maravillosa urbe se convirtió en punto de llegada y de partida, puesto que los vuelos los tomamos desde su aeropuerto internacional. Cierto es que no hicimos un recorrido muy pormenorizado por todos sus barrios y rincones, pero sí visitamos sus mayores atractivos.
Ópera y Puente de la Bahía de Sídney
Durante la primera etapa de la estancia en Sídney, que fueron solamente un par de días al completo, el objetivo primordial era conocer su edificio más emblemático, la Ópera. Aquí llega el único pero que puede justificar el “casi perfecta” del título: Sídney es una urbe cara. Como alquilamos un coche para posteriormente viajar a la ciudad costera de Gold Coast, lo tuvimos que usar para recorrer la metrópoli australiana aunque no es la mejor opción. Ya que cuenta con una buena red de transporte público es aconsejable usarla y olvidarse del vehículo. Y digo lo de cara, porque el aparcamiento próximo a la Ópera en el que dejamos el coche menos de tres horas costó la friolera de 50 dólares australianos (33 euros). Estoy hablando además del año 2008, por lo que en la actualidad no me quiero ni imaginar el precio que puede tener.
El aparcamiento se encontraba en las inmediaciones de la Terminal de transbordadores Circular Quay, una especie de estación de autobuses acuática donde continuamente salen barcos y ferris a otros puntos de la ciudad. Un lugar muy concurrido y con mucha vida por el que merece la pena darse una vuelta para palpar la vitalidad de Sídney.
Desde la Circular Quay hasta el edificio de la Ópera hay apenas siete minutos caminando por un precioso paseo marítimo desde el que se observa majestuoso el Puente de la Bahía de Sídney, el popular Sydney Harbour Bridge. Su construcción data de 1932 y por él circulan a diario una ingente cantidad de vehículos (tiene ocho carriles) además de dos líneas de tren. Un auténtico monstruo que conecta el centro financiero con el norte residencial de la ciudad.
La vista del puente es el comienzo de una serie de emociones fuertes que continúan con el edificio de la Ópera de Sídney, una de las construcciones más populares y singulares de todo el mundo. La genial creación del danés Jørn Utzon está declarada Patrimonio de la Humanidad y es una obra de arte en sí misma. Nosotros no pudimos entrar dentro ya que la única opción es hacerlo con un tour guiado que resulta bastante caro. Por este motivo, se aconseja adquirir la entrada para un espectáculo y poder así disfrutar de su interior. Eso sí, no nos cansamos de fotografiar su exterior.
Royal Botanic Gardens
Lo mejor tras deleitarse con el edificio de la Ópera es adentrarse en los Royal Botanic Gardens, unos espectaculares jardines que son un auténtico pulmón verde de la ciudad. Por allí es normal ver a numerosas personas haciendo deporte, paseando o simplemente leyendo un libro tiradas en el impecable césped. Un oasis que recuerda ligeramente a Central Park y desde el que se pueden obtener unas impresionantes panorámicas de los rascacielos del centro financiero de Sídney. Pero lo mejor de todo es ir bordeando los jardines pegado a la costa para llegar a lograr las mejores vistas de la Ópera y del Puente de la Bahía de Sídney juntos. Sin duda una de las postales más reconocibles de la ciudad australiana que me quedarán para siempre en el recuerdo.
The Rocks, el barrio más antiguo de Sídney
Como Sídney no destaca por una atractiva oferta museística, lo mejor es recorrer sus calles y adentrarse en su formidable ambiente. Tomar una cerveza en algunas de sus terrazas y pubs es una perfecta idea para introducirse en la vida de la ciudad. Un buen lugar para hacerlo es en alguno de los viejos locales de The Rocks, el barrio más antiguo de Sídney que se encuentra en el lado contrario a la zona de la Ópera, por lo que es posible llegar caminando. Allí se localiza uno de los pocos museos que pueden tener algo de interés, el de Arte Contemporáneo de Australia.
Playa de Balmoral
Como las playas son otro de los atractivos importantes que ver en Sídney, decidimos cruzar el puente sobre la bahía para llegar a la playa de Balmoral situada al norte de la ciudad. Aunque la mayor popularidad se la lleva la de Bondi (más urbana y situada a sólo siete kilómetros del centro de negocios) nos decantamos por una más tranquila y que no la desmerece en absoluto. La playa de Balmoral se encuentra en el barrio de Mosman y está partida en dos gracias a un saliente rocoso. Está bastante recogida por lo que no tiene demasiado oleaje y la arena es muy fina y limpia. Además cuenta con restaurantes muy interesantes en los que degustar exquisitas hamburguesas al estilo tradicional.
Darling Harbour, un animado puerto con excelentes vistas
Después de visitar las ciudades australianas de Gold Coast y Melbourne, el final de nuestro viaje por el país oceánico tuvo de nuevo a Sídney protagonista. En esta segunda etapa de un día completo centramos la visita en el Darling Harbour, una animada zona que se encuentra en la bahía de Cockle (Cockle Bay). Como nuestro hotel (Cambridge Hotel Sydney) se encontraba a algo menos de media hora caminando y puesto que ya no teníamos el coche de alquiler, nos dimos un paseo hasta allí.
El Darling Harbour es visualmente muy atractivo. No diré que lo es más que la Bahía de Sídney porque ésta alberga la Ópera y el puente, pero tampoco le va a la zaga. Cuenta con numerosos muelles en los que un sinfín de bares despliegan sus terrazas. En nuestro caso fuimos a plena luz del día, pero es famosa su animación nocturna. Pero no todo es ocio y diversión. En este rincón de la ciudad australiana se encuentra el bonito edificio del Centro de Convenciones y Exposiciones de Sídney, el Museo Marítimo Nacional de Australia (donde se exponen algunos impresionantes buques de guerra) y el Acuario de Sídney (Sea Life), al que no fuimos puesto que habíamos visitado el de Melbourne.
Torre de Sídney
Una de las características que definen el Darling Harbour son las vistas de los rascacielos del centro financiero, al que se accede a través del puente giratorio de Pyrmont. Pero lo que realmente llama la atención de esa panorámica es la Torre de Sídney, otro de los emblemas de la ciudad. La llamada Sydney Tower Eye tiene 309 metros de altura y alberga un observatorio abierto al público para que se puedan obtener unas fantásticas vistas de toda la urbe australiana. La entrada tiene un precio de 25 dólares australianos (16 euros).
Para llegar hasta la torre hay que cruzar el puente Pyrmont y posteriormente caminar por la animosa calle Market, donde también está el bellísimo edificio Queen Victoria Building. Se trata de una construcción de finales del siglo XIX que pertenece al renacimiento románico. En la actualidad alberga un centro comercial y su visita es imprescindible cuando se viaja a la ciudad australiana.
Calle Oxford, epicentro del “barrio gay”
Como la teníamos a pocos metros del hotel, no pudo faltar un paseo por la populosa calle Oxford, epicentro del llamado “barrio gay” de Sídney. Las banderas arcoíris colgando de las farolas, las tiendas con ropa atrevida y objetos sexuales y las cafeterías y bares de ambiente reinan en este rincón de la ciudad australiana. También se pueden encontrar pizzerías muy interesantes con precios muy ajustados. Otra cara de Sídney que también hay que conocer.
Quedaron lugares por visitar, ya que una metrópoli de este tamaño es para digerirla poco a poco, pero no hubo tiempo para más. Espero regresar algún día a esta maravillosa ciudad a la que no me canso de piropear y que debería servir de ejemplo y de modelo para otras muchas grandes capitales del mundo.