Qué hacer en Eilat. Buscado a Nemo en el mar Rojo

A un lado el árido desierto y al otro, el mar. El calor es intenso. La sensación no se puede comparar con la de un bochornoso día de 40 grados en julio en Salamanca. Es una especie de combustión interna. Una quemazón que no resulta del todo desagradable, pero que pide a gritos un refresco. En eso estamos, en aliviar la vehemente energía solar. Avanzamos por una estrecha carretera. A un lado tierra y roca. Más que un país parece el material del que están hechos los países. Al otro, el mar. El asfalto se va estrechando y la sensación de que nos vamos a topar con un muro se intuye. Sabemos a ciencia cierta que esa “muralla” está próxima. Es la frontera con Egipto. Tras las vallas, las garitas y los agentes, la ciudad de Taba. La puerta a otro desierto, el del Sinaí. Detrás de este enclave bíblico por excelencia no se esconde paz y armonía precisamente. Los yihadistas están causando estragos. Por este motivo, aunque la tentación de cruzar a Egipto sobrevuele, es mejor abortar la tarea. La sinrazón que marca la realidad se impone de vez en cuando a los sueños del viajero.

Metros antes del paso fronterizo hay una glorieta en la que damos la vuelta. Eso sí, estacionamos a escasos metros de la línea divisora entre Israel y Egipto. La sensación es indescriptible. El mar nos espera. Pero no uno cualquiera. Oteamos el horizonte y vemos otra silueta árida de color crema. Es Jordania. Pero si seguimos la línea de costa intuimos el comienzo de Arabia Saudí. Con un simple giro de cabeza vemos cuatro países: Arabia Saudí, Jordania, Israel y Egipto. Flipante. Estamos en Eilat. Encajonados entre naciones árabes en la única salida que Israel tiene al mar Rojo. Una pequeña porción de terreno que se ha convertido en un epicentro turístico del Estado hebreo. Sus grandes moles hoteleras y su ambiente festivo nos recuerdan a una mezcla de Benidorm e Ibiza. Pero nosotros no vamos buscando marcha. Al menos en tierra. Recordamos que hemos aparcado el coche junto al agua. Que desde nuestra posición vemos cuatro países. Que estamos desplegando la toalla encima de una playa de guijarros que, a simple vista, no es demasiado paradisiaca. Pero es que el edén está en el agua. Nos enfundamos las zapatillas de neopreno, las gafas y el tubo. El agua está fría, pero se agradece. Totalmente cristalina. Impoluta. Sumergimos la cabeza y comienza la fiesta. Por un momento nos convertimos en personajes de “Buscando a Nemo”. Si hay algo en la vida real que se parece a la maravillosa película de Pixar es, sin duda alguna, el mar Rojo.

Cosas que hacer en Eilat. Lo primero, hacer esnórquel en el mar Rojo

Eilat fue uno de las sorpresas más agradables de nuestro viaje a Israel por libre. Lo elegimos para pasar de Israel a Jordania por la frontera sur y así poner rumbo a Petra y Wadi Rum. Pero después de zambullirnos en el mar Rojo es un lugar que merece una visita reposada. Esas apenas tres horas que pasamos en sus aguas fueron inolvidables. Difícil imaginar que en la misma orilla íbamos a encontrar semejante espectáculo. Por eso el esnórquel —y el submarinismo quien lo desee— es la primera de las cosas que hacer en Eilat.

El mar Rojo guarda unos arrecifes de coral que, además de bellos, son unos auténticos supervivientes. Recientes estudios científicos han demostrado que aguantan mucho mejor el calentamiento del planeta que los de otros lugares del mundo como Australia. Además, tienen una capacidad de regeneración sorprendente. Se demuestra en Áqaba, Jordania. Allí la construcción del puerto acabó con gran parte de los corales de la orilla. Sin embargo, ya se puede contemplar su sorprendente regeneración.

En Eilat no se han cometido aberraciones que pongan en peligro este patrimonio natural, por lo tanto es un lugar idóneo para hacer submarinismo y esnórquel en el mar Rojo. También lo sería el Sinaí en Egipto, pero la presencia de los yihadistas ha acabado con este otro paraíso.

Siguiendo la recomendación del dueño de nuestro hotel en Eilat, nos dirigimos por la carretera 90 que llega hasta la misma frontera con Egipto. Un kilómetro antes de este paso, se encuentra una pequeña playa de guijarros en la que además se puede dejar el coche justo al lado. Cuenta con una especie de toldos que resguardan del sol de justicia y se pueden usar gratuitamente. La entrada al agua está marcada con una serie de boyas para evitar que los bañistas pisen y dañen otras áreas. Esta playa es gratuita, pero otras zonas de la costa de Eilat no lo son. Algunas cuentan con pequeños muelles desde los que entrar directamente al agua. Para acceder es necesario pagar una entrada, aunque teniendo esta alternativa gratuita el dueño de nuestro hotel nos dijo que no era necesario.

Simplemente con unas botas de agua, unas gafas y un tubo, el espectáculo está servido. En la misma orilla comienzan a aparecer corales de tonalidades imposibles y con formas asombrosas. Parece un decorado de cine. Un “Buscando a Nemo” real. De hecho vimos a cientos de pequeños Nemos. Peces payaso que pasaban alegremente delante de nuestras narices prácticamente sin inmutarse. Pero no sólo saludamos a Nemo, también a Dory con sus vivos colores azul y amarillo. En este caso son peces cirujanos. También contemplamos peces sargento mayor con su cebreado; peces mariposa, luciendo su intenso tono amarillo y chicharros de un intenso color rojo. Un arcoíris marino que intentamos captar de todas las formas posibles con la GoPro. Pero cualquier imagen que os mostremos no puede explicar lo que sentimos debajo de aquellas aguas.

Ni que decir tiene que el respeto a semejante tesoro marino tiene que ser máximo. No hay que intentar tocar ni los corales ni los peces y moverse por el agua con sigilo y sosiego. Estamos invadiendo su espacio y si queremos preservar maravillas así hay que comportarse con un estricto civismo.

Acuario, alojamiento y una luna gigante

Después de esta experiencia hay pocas más cosas que hacer en Eilat que consigan hacerle sombra. Los que se queden con ganas de más pueden acudir al Observatorio del Parque Marino de Eilat, el mayor de Israel y en el que es posible contemplar más de 800 especies. Se construyó con un absoluto respeto al entorno y permite ver desde otra perspectiva la intensa vida marina sin tener que hacer esnórquel o submarinismo en el mar Rojo.

En Eilat nos alojamos en el hotel Sunset Inn, un alojamiento sencillo y cómodo en el que recibimos un trato exquisito. La habitación era pequeña, pero muy limpia y equipada con frigorífico. Además el hotel tiene un coqueto jardín con sillas de bambú y hamacas y dispensadores de agua gratuitos.

En el día que pasamos en la ciudad, además de hacer esnórquel en el mar Rojo, dimos un pequeño paseo por el puerto (Marina). Es la zona más lujosa de Eilat, repleta de hoteles, superficies comerciales, un parque de atracciones, una playa de arena con un sinfín de opciones para hacer deportes acuáticos… Demasiado artificial, aunque curioso de visitar.

Los que dispongan de más tiempo pueden acercarse al parque de Timna, un desierto rocoso en el Negev con formaciones sorprendentes y restos arqueológicos. Además, de regreso a Tel Aviv hicimos parada en el cráter de Mitzpe Ramon, 40 kilómetros de erosión hídrica que se han convertido en la reserva natural más grande de Israel.

Nosotros despedimos aquel día inolvidable en Eilat con otra sorpresa. Cuando regresábamos a nuestro hotel miramos a la frontera con Jordania y, por encima de las montañas de Áqaba apareció una luna gigantesca. Una superluna que parecía ser una prolongación de las moles rocosas del desierto. La guinda al pastel después de haber sido testigos del “Buscando a Nemo” más real de nuestras vidas.