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La árida, ruda, llana y cerealista meseta castellana a veces rompe el guion. Escapa de los tonos marrones del invierno, verdes de la primavera y dorados del verano para ampliar su paleta. Cada vez es más habitual ver el amarillo intenso de las flores de la colza y de los pétalos del girasol. El rojo de las amapolas que inundan las tierras baldías. Pero esa llanura conservadora, apacible y tradicional también tiene su punto aventurero. Su vena emprendedora y ambiciosa. Su vertiente creativa que es capaz que teñir de violeta una tierra acostumbrada al “sota, caballo y rey”. ¿Por qué no? En Tiedra, en la provincia de Valladolid, en las estribaciones de los Montes Torozos y a un paso de la localidad zamorana de Toro, Castilla cambia de tonalidad. Los que quieran ver campos de lavanda en España pueden marcarla en rojo en el mapa. O, mejor en violeta. Un color que atrapa y cautiva. Que durante el mes de julio, coincidiendo con la floración, se ilumina gracias al arrollador sol veraniego que avasalla. Momento ideal para dejarse caer por una villa que tiene mucho más que ofrecer.
Cuando hablamos de campos de lavanda en flor la mente viaja inmediatamente a la Provenza francesa. Cada verano, miles de personas peregrinan hasta tierras galas para deleitarse con un mar violeta que parece no tener fin. Un paisaje único que, mezclado con vestidos blancos y sombreros de paja, permite elaborar el mejor ‘book’ fotográfico. Un poco más a mano, tenemos los más populares campos de lavanda en España. Se encuentran en la localidad de Brihuega, en Guadalajara. Su cercanía con Madrid hace que sean muy accesibles y, en el momento álgido de la floración, se puede ver a cientos de personas caminar por los cerros intentando lograr la mejor pose. La fama de Brihuega eclipsa a Tiedra. Las plantaciones de lavanda son más pequeñas, pero su belleza es la misma. Y todo ello con la ventaja de la ausencia total de masificación. El sábado de julio que nos desplazamos hasta la localidad vallisoletana estuvimos completamente solos. Un lujo que hay que aprovechar y disfrutar.
La ‘Tiedra’ de algunos de los mejores campos de lavanda en España
En los últimos años la lavanda ha ido ganando enteros en España, especialmente en las dos Castillas. Muchas tierras que antaño sólo se empleaban para sembrar cereal, han adquirido un nuevo uso que, en algunos casos, es más rentable. La lavanda y el lavandín llegaron a Tiedra en 2006 aprovechando un tipo de tierra agradecida con esta planta. Es un cultivo que requiere paciencia, ya que hasta el tercer año no se comienzan a recogerse sus frutos. Una de las claves de su rentabilidad es que la destilería que extraiga su esencia se encuentre próxima a los campos de lavanda. En Tiedra se encuentra una de las tres que se localizan en Castilla y León (las otras dos están en Lerma y Peñafiel). Gracias a un sencillo proceso la esencia de la lavanda se transforma en aceites esenciales que posteriormente se pueden usar en cosméticos, perfumes, productos de limpieza, aromaterapia…
Pero los campos de Lavanda en España no sólo logran rentabilidad de la esencia de su flor. El turismo asociado a este cultivo es otro de sus puntos fuertes como se ha demostrado en Brihuega. Tiedra está poco a poco explotando este valor y para ello ha creado una ruta por los campos de lavanda en flor. Son siete parcelas ubicadas en el entorno del municipio donde el color violeta contrasta con el amarillo del cereal en bellas instantáneas que pueden contar con el castillo de la localidad como “invitado” inesperado.
El campo con más hectáreas se encuentra al pie de la carretera que conecta Tiedra con la autovía A-6. Pero para disfrutar del más fotogénico hay que marchase al número 2, situado junto al Centro Astronómico de la localidad.
¿Cuándo florecen los campos de lavanda en Tiedra?
Es la pregunta del millón. Tiedra merece una visita en cualquier momento del año, pero si se aprovechan la floración de la lavanda, mejor que mejor. Ese punto álgido varia en función de las condiciones climatológicas, pero se suele producir durante el mes de julio, normalmente en la primera quincena. Hay años que se puede adelantar a la última semana de junio, o retrasar a la segunda quincena de julio. En 2018 descubrimos Tiedra un 21 de julio. La flor de la lavanda se encontraba en un momento idóneo y el resultado fueron estas fotografías y el vídeo que acompaña al post.
Uno de los consejos fundamentales a la hora de visitar cualquiera de los campos de lavanda en España es tener mucha precaución con las abejas y el resto de insectos que liban en sus flores. En jornadas de intenso calor como suelen ser las del mes de julio, hay que evitar las horas centrales del día. Son las preferidas por las abejas para obtener el néctar y las posibilidades de sufrir una picadura aumentan. Es más aconsejable acudir a primera hora de la mañana o última de la tarde.
Ni que decir tiene que el respeto a las plantas tiene que ser escrupuloso. Estamos ante un cultivo delicado que no se puede ni tocar, ni pisotear, ni mucho menos arrancar. El turismo en los campos de lavanda y en cualquier lugar debe tener la consideración por bandera. Últimamente estamos viendo aberraciones como los energúmenos que arrancan las flores del cerezo en el Jerte. No olvidemos que estas plantas no forman parte de una decoración de cartón piedra. Son el sustento y la forma de vida de muchas familias.
Qué ver en Tiedra más allá de la lavanda
Los campos de lavanda no monopolizan las visitas a esta localidad como te demostramos en este completo post sobre qué ver en Tiedra. Son la mejor manera de comenzar una jornada en esta localidad vallisoletana, pero hay más planes. Para tener una idea clara de todo lo que ver en Tiedra, nada mejor como acercarse a su oficina de turismo sita en la Plaza Mayor.
Nosotros recibimos un trato formidable y atento. En este lugar se pueden concertar las visitas guiadas al símbolo de la localidad, el castillo de los Téllez de Meneses. En los meses de verano los recorridos están programados a las 13:00 y a las 18:00 horas. Se trata de una fortaleza que se ha rehabilitado recientemente y que se levantó para defender la frontera entre los reinos de Castilla y de León. La original databa del siglo X e incluso aparece citada en el Cantar de Mío Cid, pero la actual corresponde al siglo XII. Desde lo alto de su torre del homenaje, de 33 metros, se puede apreciar la extensa llanura castellana. Inmensa y dorada. Casi inabarcable.
Desde la ‘cumbre’ del castillo de los Téllez de Meneses es posible ver el yacimiento de Amallóbriga. Es uno de los más prolíficos de esta zona ya que estuvo habitado en la segunda Edad de Hierro, posteriormente por los vaceos y después por los romanos. Algunas de las piezas que se han encontrado se pueden ver en el aula de arqueología de la localidad. Precisamente el yacimiento se extiende en el cerro donde actualmente se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Tiedra Vieja.
Su imagen es la más característica e idealizada del concepto de ermita. Apartada del pueblo, junto a una arboleda. En medio de un silencio sepulcral. Lograr la desconexión total en este lugar es lo más sencillo del mundo. Un coqueto claustro da acceso al templo donde se muestra con mimo la imagen de la Virgen, debidamente engalanada. La ermita cuenta con un reloj de sol del siglo XV procedente del cercano monasterio de la Santa Espina, que visitamos tiempo atrás en una ruta que nos llevó también a las Lagunas de Villafáfila y a Urueña, la “ciudad del libro”.
Pasear por Tiedra es disfrutar de una mezcla de viviendas de piedra caliza, con otras de adobe y las casas de gente “bien” que se construyeron posteriormente con ladrillo. Es verano y las flores lucen generosas en los balcones y ventanas. El paseo es sosegado y silencioso. Tiedra descansa. Como lo hacen sus iglesias. Tres para una población de apenas 300 habitantes. Símbolo de su pasado esplendoroso. Sólo una de ellas, la de El Salvador, acoge culto en la actualidad. La de San Miguel resiste al paso del tiempo de manera estoica. Fue templo y bastión defensivo y esa fortaleza se nota. Y por último podemos visitar la iglesia de San Pedro, en ruinas al encontrarse levantada en una superficie donde la tierra no es propicia para establecer cimientos. Sus entrañas, hoy al descubierto, nos dan una idea de la magnificencia de un templo que data del siglo XII. Esperemos que su recuperación llegue antes de que acabe reducida a escombros. Sin duda una de las joyas de Tiedra.
Fuera de su casco urbano, los amantes del senderismo pueden hacer una extensa ruta de 18 kilómetros que transita por las ocho fuentes tradicionales del municipio.
Y los que hagan noche en Tiedra no tienen excusa para quedarse sin ver el cielo. Porque el firmamento fuera de las ciudades es totalmente diferente. Es como si, de repente, un artista decorara con puntos luminosos la bóveda celeste. Mientras en las urbes difícilmente vemos la luna, en lugares como Tiedra aparecen como de las nada sus inseparables estrellas. Los que hemos crecido en un pueblo en mitad de la llanura sabemos lo que decimos.
El Centro Astronómico de Tiedra es una de las sorpresas inesperadas que ofrece la localidad. Cuenta con un planetario y dos observatorios. Y no sólo está destinado para disfrutar de las hechizantes noches estrelladas de la meseta, también está preparado para hacer observaciones del sol. Uno de los grandes epicentros de ese llamado turismo de estrellas que cada vez está más en alza y permite conocer con más precisión lo que hay más allá de nuestro insignificante planeta.
Comer en Tiedra, tradición y calidad
Estamos en Castilla y León, una de las regiones donde mejor se come de toda Europa. Por eso la gastronomía no podía ser un capítulo secundario en nuestra visita a Tiedra y a algunos de los mejores campos de lavanda en España. Hay varias opciones para comer en Tiedra, pero nosotros nos decantamos por la, a priori, menos habitual. Se trata del bar El Refugio. Está situado en la carretera que atraviesa el municipio puede parecer un simple bar de pueblo en el que tomar unos pinchos. Pero nada de eso. Si se avisa con antelación (basta con ir por la mañana o llamar el día anterior) la cocina se pone a trabajar para deleitarte con unos platos sencillos, pero con productos de calidad y una elaboración de diez. Su propietario nos dijo que su objetivo es ofrecer un trato personalizado y con la mejor materia prima que tienen a su disposición. Por eso lo de saber con antelación cuántos comensales va a tener cada día.
En la agradable terraza del bar donde los árboles otorgan una sombra balsámica contra el sol de julio, disfrutamos de una comida exquisita. Unas judías verdes al ajo arriero y un revuelto de champiñones para arrancar. De época. Todo casero. Todo kilómetro cero. Un reencuentro con la cocina de siempre. La de las abuelas. La de toda la vida.
Seguimos con un filete de ternera jugoso hasta decir basta y un gallo a la plancha que se deshacía en la boda. Los postres, caseros y elaborados con muy buen gusto. Y todo ello a un precio irrisorio. Si volvemos a Tiedra sin duda repetiremos comida en El Refugio. Es de esos lugares donde la grandeza de la sencillez te conquista.
Nos despedimos de los campos de lavanda, del castillo de los Téllez de Meneses, de los templos que resisten al paso del tiempo, del legado de una tierra poblada desde tiempos inmemoriales. Frontera natural de los reinos de Castilla y León. Casi a caballo entre Valladolid y Zamora. Tiedra no se da importancia, pero la tiene. Porque cuando se cuida al visitante y se le ofrecen alicientes para pasar un día con variedad de planes, la fórmula perfecta se ha logrado.
Muy bonito reportaje, solo puntualizar que habéis confundido el nombre de las iglesias, la que está en ruina es la iglesia De San Pedro y la que nombráis como san Pedro es la iglesia de san Miguel. Un saludo
Muchas gracias Pablo por la puntualización. Nos hemos liado al nombrar las fotos. Ya está corregido. Gracias por visitar el blog y nos alegra mucho que te haya gustado el reportaje. Un saludo.