Ruta de la chorrera de Jigareo desde el Hueco (Sierra de la Quilama. Salamanca). Dificultad: Difícil. Distancia: 4,13 kilómetros (ida y vuelta). Duración: 2 horas aproximadamente.
Caminar por lugares recónditos, ocultos y casi vírgenes es una sensación indescriptible. Parajes por los que, al cabo del año, se pueden contar con los dedos de una mano las personas que los pisan. Auténticas joyas ocultas de nuestra naturaleza que el paso del tiempo ha ido guardando en el cajón del olvido. Esa es la sensación que tuvimos al realizar la ruta de la chorrera de Jigareo en la salmantina sierra de la Quilama. Esta mágica cordillera, además de guardar la apasionante leyenda del rey don Rodrigo y Florinda, nos regala rincones de cuento. Algunos son más accesibles como la Cueva de la Mora, el Castillo Viejo de Valero, el pico Cervero, la Honfría o el camino de los Trasiegos. Pero otros permanecen ocultos en un tupido bosque que parece virgen, pero que en su día fue cobijo de pastores y labriegos. Allá donde había cabañas de cabreros y cultivos de castaños, higueras, cerezos, patatas, alubias y hasta fresas, hoy habita el silencio. Sólo lo rompe la presencia de algún corzo o un jabalí hurgando en la tierra. Tan solo los testimonios de aquellos que durmieron al raso por aquellas tierras cuidando el ganado sirven para entender lo que allí se esconde. Cascadas, chorreras, arroyos, pozas, castaños centenarios, un bosque de tejos, una higuera de higos blancos… Podría ser el perfecto escenario de un cuento infantil con duendes, hadas y ogros.
Uno de esos tesoros camuflados de la sierra de la Quilama es la cascada o chorrera de Jigareo. No vamos a engañar a nadie. Es una ruta difícil, no señalizada y en la que puede no bastar con llevar el track de Wikiloc. El sendero prácticamente ha desaparecido y hay que guiarse por la intuición, la lógica y la orientación. Nosotros tenemos pocas dosis de esas tres virtudes, por eso nos pusimos en manos de los que conocen esta zona. Ángel y José Miguel fueron nuestros perfectos guías en una mañana de verano donde el sol no apretó e incluso la lluvia hizo acto de presencia para otorgar al escenario un carácter aún más bucólico. Gracias por su generosidad al igual que al resto de compañeros de viaje: Belén, Pedro, Yolanda, Ricardo y Miguel Ángel. Es fundamental ir en grupo. Ayudarse en los momentos más complicados como es la bajada final a la chorrera y el paso por las rocas mojadas que son auténticas pistas de patinaje.
Un paseo entre helechos, castaños, encinas e higueras hasta la chorrera de Jigareo
En este post vamos a hacer una descripción de la ruta lo más precisa posible. Difícil igualar a la del doctor Félix Martín Santos que también podéis encontrar en la red y que además añade explicaciones muy didácticas de la flora de la zona. Nosotros comenzamos el itinerario en el paraje del Hueco (L’ueco como se conoce en la toponimia local), próximo a uno de los miradores más espectaculares de la Quilama, Castilldecabras. De esta forma la ruta se limita a 4,13 kilómetros (ida y vuelta). Trayecto corto, pero que se agradece teniendo en cuenta su dificultad. Los que quieran alargar el itinerario pueden empezar desde la localidad de Linares a través del castañar de la Honfría (como se muestra en esta track de Ángel Calvo) o desde San Miguel de Valero. En ambos casos el trayecto hasta el Hueco será muy cómodo, ya que se trata de senderos señalizados.
Los que prefieran la versión corta pueden subir perfectamente en coche hasta el Hueco desde San Miguel de Valero. Se trata de un camino en buen estado en el que los amortiguadores y los neumáticos no sufren en exceso. Este camino sale al norte de la localidad, en el paraje de La Mata, justo donde se encuentra la escultura de hierro forjado que Ángel Pisonero dedicó a la reina Quilama y don Rodrigo. Una original obra llena de expresividad en la que los dos enamorados aparecen de espaldas al macizo montañoso que, según la leyenda, fue testigo de su historia de amor. Merece la pena pararse junto a la escultura y disfrutar de las vistas.
Para saber hasta dónde tenemos que subir por el camino de Castilldecabras es bueno ayudarse del track de Wikiloc. Justo en el lugar donde hay un cartel de coto privado de caza y un tronco seco de lo que fue un gran castaño, saldrá a la izquierda el sendero hacia la chorrera de Jigareo. Nosotros lo hicimos a finales de junio de 2018 y aprovechamos para marcar esa entrada eliminando vegetación y colocando unas piedras a modo de hito.
En línea recta y abriéndonos paso entre los helechos (no está de más llevar una corbilla, una pequeña hoz o un machete) comenzamos a bajar por el Hueco. Al fondo veremos tres de los símbolos de la sierra de la Quilama, los picos del Castillo, la Cueva y Cervero. Además dejaremos a nuestra izquierda el pico Porrejón. Aunque en primavera y verano la frondosidad del bosque le da una belleza singular, también complica localizar el sendero por la invasión de verdes y fuertes helechos. Todo tiene sus pros y contras. Debemos tener en cuenta además otros dos aspectos que nos ayudarán a guiarnos. Por un lado, en el mapa de Wikiloc en el modo relieve, veremos que la ruta va pegada a un arroyo. Se trata del regato de Jigareo, el que surte a la chorrera, y el que nos regala unas pequeñas pozas a mitad de camino. En ocasiones no lo veremos porque en algunos puntos puede que esté seco y en otros el agua transita de manera subterránea. Pero afortunadamente en el mapa ese hilo azul nunca desaparece y ayuda y mucho. Y por otro lado, colgadas de algunos árboles veremos cintas de plástico rojas y blancas. Son puestos de caza que van marcando el sendero.
Muy pronto comenzaremos a ver a nuestra izquierda a los espectadores más ancianos de la ruta. Se trata de una serie de castaños centenarios que impresionan por su frondosidad y el tamaño de sus troncos. Auténticos gigantes del bosque. Su silueta poderosa elevándose en mitad de una cama de helechos deja imágenes de indudable magnetismo que es inevitable inmortalizar con la cámara. Uno de esos castaños nos sorprenderá especialmente. En su tronco veremos apoyados una serie de palos en forma de pequeña choza. Seguramente algún pastor al que le tocó pasar alguna noche por estos lares uso esta improvisada cabaña para resguardarse. Memoria viva.
Diseminados entre los castaños nos encontraremos con algunos cerezos y guindos, que en su día cultivaron las gentes de Valero. Abandonados y sin que nadie ya recoja sus frutos, los árboles siguen impertérritos regalando sabrosas aunque pequeñas cerezas y guindas. Nosotros las pillamos en su punto de maduración y fue un placer llevarlas a la boca. Más puras y salvajes, imposible. Nos cuentan que en esta zona también se cultivaban fresas. Nada que envidiar a las de Huelva. Y es inevitable pensar en el esfuerzo que tenían que hacer esos labriegos para llegar desde Valero a este punto y regresar cargados de estos codiciados frutos rojos. Pero a la sierra de la Quilama llegó un oro meloso. La miel se erigió como la principal fuente de riqueza de localidades como Valero y San Miguel y esos cultivos de fresas, cerezas, patatas, alubias e higos cayeron en el olvido. Demasiado esfuerzo para tan poco resultado.
Avanzamos por la ruta y nos toparemos con otro castaño cuyo tronco está hueco, pero que en su copa sigue brotando sin descanso. Si nos fijamos en el mapa de relieve, a unos 500 metros de comenzar la ruta aparece una especie de ensanchamiento del arroyo. Se trata de la poza donde mana el agua que llega hasta la chorrera de Jigareo. Será complicado verla por la abundante maleza, pero en época de lluvias intuiremos la presencia de agua.
La huella humana por estas tierras será evidente cuando nos encontremos con una tapia aún en pie que delimitaba los campos de cultivo. También nos servirá de referencia para caminar pegados a ella durante algo más de cien metros haciendo una especie de curva hacia la izquierda.
Después de ver más guindos y cerezos, al cabo de un kilómetro llegaremos a otro de los puntos más simbólicos de la ruta. Se trata de la pedrera de Gorgorizo. Impresiona el contraste del espeso bosque con un paisaje rocoso por el que descenderemos durante 300 metros. Es la parte más cómoda del recorrido puesto que sobre la pedrera se intuye perfectamente el sendero, que además está marcado por unos hitos. Eso sí, habrá que tener mucha precaución porque una mala pisada es sinónimo de una caída segura.
Dejamos la pedrera para seguir descendiendo por el borroso sendero rodeados de retamas. En este punto nos preguntamos; ¿dónde está el regato de Jigareo? Aunque sigue apareciendo dibujado en el mapa, del agua no hay ni el menor rastro. La razón es que, entre las pozas y el final de la pedrera, se desliza de forma subterránea. Otra de las particularidades de la ruta. Pero tranquilos, el líquido elemento vuelve a aparecer. De anunciarlo se encargan unas espectaculares higueras que tienen en el regato de Jigareo sustento para ofrecer unos higos de un tamaño considerable. Aún no estaban maduros cuando pasamos, pero dan ganas de regresar cuando alcancen su plenitud. El agua del arroyo forma una pequeña cascada, anticipo de la Jigareo. Será en este momento cuando debamos descender por una fuerte caída rocosa. Lo mejor es colocar las posaderas en el suelo e irse deslizando para evitar una caída.
Después de esta bajada nos toparemos con otro majestuoso árbol, en esta ocasión una encina. Tiene nombre. Se denomina de las Trozas y cuentan que sus bellotas eran altamente cotizadas en la localidad de Valero. Ya nos queda poco para llegar a la chorrera de Jigareo. En este momento tenemos dos opciones. Seguir bajando ayudados por las marcas que han dejado otros senderistas, o remontar ligeramente el terreno para divisar unas estupendas panorámicas de la zona. Optamos por esta segunda opción y dejamos la primera para la vuelta. El paisaje granítico decorado con encinas que nos espera es excepcional. Un aperitivo antes de descender a la antesala de la chorrera.
Sólo el sonido del agua caer nos indica que estamos cerca, porque verla, no la vemos. Para tenerla justo delante hay que caminar por una especie de pasillo rocoso donde habrá que extremar la precaución por la humedad del terreno. Casi sin darnos cuenta y como un regalo inesperado, aparece la chorrera de Jigareo. Abrigada con hiedras, el agua se escurre a lo largo de unos seis metros entre la roca formando un minúsculo charco. Apenas hay perspectiva para fotografiarla puesto que estamos en un reducido habitáculo donde solo se escucha el sonido del agua golpear con el granito erosionado. Es como tener una cascada en el salón de casa. Indescriptible.
Tuvimos suerte ya que después de una primavera de 2018 generosa en cuanto a lluvias, en vísperas de julio aún al chorrera de Jigareo aún se mostraba espectacular. Allí disfrutamos de la energía de la naturaleza en un lugar al que pocos han llegado. Pero tocaba regresar. Esta vez con más confianza ya que se utiliza el mismo sendero que para la ida. Regresamos justo a la hora de comer en uno de los templos gastronómicos de la zona, el restaurante La Terraza de Santibáñez de la Sierra. Mientras dábamos buena cuenta de unos platos de chanfaina, berenjenas rellenas, patatas con bonito, cruceta, bacalao… no podíamos disimular la satisfacción de haber conocido otra de esas joyas ocultas de una sierra de la Quilama que no para de sorprendernos.